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lunes, 29 de junio de 2009

Entrevista a Félix Huamán Cabrera

Por Niko Velita

Félix Huamán Cabrera (FHC) tiene en su haber más de diez libros, entre cuento, novela y poesía. Dentro de la temática sobre la guerra interna, él ha publicado Candela quema luceros (1988), Noche de relámpagos (1994) y Qantu: flor y tormenta (2004). Con respecto a la primera, Max Cox, un estudioso sobre literatura peruana, la ha calificado como el best seller. Este libro, de más de 20 años de existencia, sigue siendo motivo de conversación en los ambientes académicos. Mejor aún cuando se habla sobre la guerra interna de los 80.

NVP: La guerra interna ha dejado huellas en los peruanos. ¿Cuál es su testimonio con respecto a ella?

FHC: Claro, las huellas han sido muy profundas en la guerra interna. Sobre todo una huella de frustración. Porque miles y miles de jóvenes y generaciones nuevas tuvieron una esperanza de cambio. Esta esperanza simplemente se frustró, porque la guerra no culminó. Finalmente, hubo muchas causas internas y externas que no permitieron su desarrollo. Me parece que una de las causas fundamentales negativas para que no progresara fue el aspecto dogmático de los que dirigieron la guerra, por un lado, y un poco la improvisación y la aventura romántica de los tupacamarus. Entonces, esto hizo que no se culminara. El resultado final fue que el pueblo sufrió tremendamente. Los pueblos desaparecidos no todos eran militantes de Sendero, ni todos eran progobiernistas. Sin embargo, oficialmente se sabe que era hay seis o siete pueblos desaparecidos, pero extraoficialmente fueron más de cincuenta que los desaparecieron, que los barrieron. Estos fueron las consecuencias, muy tristes. Fruto de eso se dieron las grandes migraciones. Estas migraciones que no tienen nada de positivo. Eran migraciones de aventura, a ver a dónde podían llegar. La cosa fue muy triste. Muerte, desaparición, genocidio, desesperanza. Hizo que el Perú se detuviera tremendamente. A esto se sumó la actitud de la clase gobernante con el narcotráfico, la corrupción, el racismo, la discriminación: tantas cosas negativas. Pero, por otro lado, habría que ver también la capacidad de inmolación que tuvieron tantos jóvenes, tantos intelectuales que fue una cosa, digamos, de bastante admiración.

NVP: Este asunto de la guerra interna, ¿cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?

FHC: Actualmente, la gente de la época del 2000 la está tomando como si fuera un tema para poder meterse al mercado. Ahora debe haber siquiera unos veinte o treinta de estos escritores, de estos que andan con las grandes editoriales que toman el tema de esa época porque saben que es un tema que se vende, entonces lo convierten en mercancía. Ahí esta uno de esos: Abril rojo y tantas novelitas que andan por ahí. Es lo que está haciendo Alarcón en EEUU y otros escritores que andan por ahí, por España y aquí en mismo Perú. Ahora he conocido varios escritores que están haciendo la gran novela sobre la guerra interna. Conozco a tres o cuatro que siempre me hablan de eso.

NVP: Si tuviéramos que escoger una de ellas, ¿con cuál se quedaría?

FHC: Yo creo que hay novelas testimoniales y novelas novelas. De esa época hay muchas que son muy importantes, por ejemplo esa crónica narrativa sobre la matanza de La Cantuta que hizo Efraín Rúa me parece muy importante. No se busca la literatura, sino se busca testimoniar a través de la crónica y eso es muy importante. Luego tenemos un trabajo muy bien hecho, pero desde un punto de vista literario. Es Rosa Cuchillo. Un trabajo donde lo que le interesa al escritor es tomar el pretexto y trabajar con la creatividad literaria. Sendero solamente es un pretexto para hablar de la realidad. Lo que hace es, un poco con los esquemas de la Divina Comedia, hacer nuestra divina comedia peruana.

NVP: Sin embargo, ¿cómo ve eso del retorno del Pachacútec para reordenar el mundo?

FHC: Pero eso es un mito pues. Ahí él trabaja con el mito. Yo también. El mito del Incarrí no es sino lo que se está diciendo ahí, o sea, la vuelta, no tanto la vuelta al Incanato, al pasado, sino más bien una especie de volver a afirmar lo que nosotros somos, para enrumbarnos hacia el futuro. Hay un tipo que ha escrito, que ha hablado, de las novelas ortodoxas, donde uno cree que se está mitificando el andinismo en su estatismo, en su pasado, en su naturalidad: una actitud un poco en contra del modernismo. Y eso no es así. El pueblo peruano avanza al unísono de toda la modernidad, de la ciencia, de la tecnología, de la ideología. En la punta del cerro, tú ves a un pastor con su celular, con su radio, con la última tecnología.

NVP: En cuanto ya a su novela, Max Cox un estudioso ha calificado a Candela quema luceros como un best seller por el alcance de sus ventas.

FHC: Lo que ocurre es que en la época en que salió Candela quema luceros nadie se atrevía a escribir sobre las masacres que se daba. Para esa época ya se había dado tres o cuatro masacres: Acomarca, Cayara, y otros. Todos los escritores, como siempre, se metieron debajo de la cama. Además, en esa época, ya había salido la ley de apología al terrorismo y se morían de miedo. El problema es que uno siempre ha tenido la actitud de estar al lado de la causa del pueblo. Yo inclusive por antecedentes, porque mi abuela también fue víctima de una masacre en la época del 31. Eso hizo que yo escribiera por una especie de remembranza actualizada de lo que sucedió con mi familia y lo que sucedía en ese momento. Es por eso que yo escribí tomando como pretexto el aspecto ideológico, porque de hecho eso fue. La guerra no solo es choque de armas entre la gente nueva que quiere un cambio y las autoridades o el estado que quiere siempre perennizarse, sino hay que ver ahí también el aspecto ideológico. Y el aspecto ideológico es muy fuerte en el pueblo andino. Si tú no sabes trabajar con el aspecto ideológico nunca habrá nada de cambio. El pueblo andino sigue creyendo en sus mitos, en sus tradiciones, en sus costumbres. Eso no significa rémora, sino significa reafirmación de lo que son para, en base a eso, cambiar como se está haciendo.

NVP: ¿Esa es la única referencia real con respecto a su abuela o existe otra referencia en Candela quema luceros?

FHC: Esa referencia, porque lo que yo cuento ahí es un poco lo que sucedió, o sea, cómo llegó la soldadesca, rodeó al pueblo y metió bala a todo el mundo. Murieron niños, madres, padres. Allá mismo murieron, creo, cerca a dieciséis y trajeron cerca a treinta o cincuenta heridos aquí a Lima, que no volvieron, que murieron en los hospitales abandonados en esa época. Eso es lo que ocurre y ha ocurrido ahora en la selva. Veinticuatro policías muertos y diez civiles, dicen. Pero hay que contar cada diez por veinte. Es la verdad. Es lo que sucede siempre. Aquí los que tienen en sus manos el poder hacen lo que quieren con el pueblo. El pueblo muere. Lo destrozan. Lo desaparecen. Eso siempre ha sucedido. Entonces, los intelectuales, los escritores tenemos que tomar la posta, pero siempre sin dejar de hacer literatura, o sea, tener una posición, pero sin dejar de hacer literatura, porque sino para qué sería la literatura. Denunciar por denunciar lo hace cualquiera. El problema es que ese testimonio de las cosas que susciten agarre pues tu sangre, te duela, porque si a ti no te dice nada, tampoco no vale, no vale para nada.

NVP: Dentro del discurso de la guerra, ha escrito tres libros. Incluso he encontrado entre Candela quema luceros y Noche de relámpagos una semejanza donde los comuneros se refugian en las zonas inaccesibles para los militares. Me contaba que eso tenía algo de real.

FHC: En la época del 80, yo era colaborador de La República. Hice una crónica de una masacre que hubo entre Huancavelica y Ayacucho. Había pueblos desolados donde, a veces, las mujeres y ancianos nomás estaban en los pueblos. La gran mayoría de trabajadores andaba por la punas porque todos eran perseguidos y calumniados como colaboradores de Sendero Luminoso y el terrorismo. Esto ocurrió siempre. Lo curioso es que ellos venían y trabajaban en las noches. Aprendieron a trabajar en las noches. En el día no podían. En el día estaban los helicópteros. Estaban las incursiones. Estaba el ejército. Estaba la policía. Estaban los soplones. Eso ha ocurrido. Hasta ahora: seguramente también ocurrió en la selva.

NVP: ¿Y su novela Qantu? ¿Podemos hablar de una tercera etapa dentro de ese tema?

FHC: Claro, la primera fue Candela quema luceros, luego escribí Noche de relámpagos, después En las espigas de junio. En esta, es un poco utilizar el pretexto de las historias de adolescente para hablar de un amigo que es Claudio, que aparece como estudiante de colegio, pero, en sí, es un homenaje a Claudio González que fue mi alumno en La Cantuta, quien murió, que lo mataron en el Frontón. Ahí no es una expresión declarada de lo que estaba sucediendo, pero sí planteo algunos problemas que se da a nivel nacional, por ejemplo, el tráfico de niños, la lucha de los mineros, la huelga del Sutep, el apresamiento de los dirigentes, el trabajo de propaganda de los chicos, cómo a él lo persiguen porque él es un migrante de las zonas de conflicto. Llega a Canta y, a pesar de que es un niño todavía, él también está en la mira del Servicio de Inteligencia. Al final tiene que irse de Canta porque llegan a buscarlo, porque saben que él es testigo clave de todo lo que ha sucedido, porque todos los testigos eran muertos y desaparecidos. Entonces desaparece. Luego está Qantu. Qantu, sí, ya es una cosa de testimonio. Un poco testinovela. Testimonial de lo que sucedió en La Cantuta. Claro, tampoco lo hago directamente, porque a mí no me interesa dar testimonio, ni hacer crónica. A mí me interesa hacer novela. Ahí trabajo con cuatro historias de un mismo personaje: el personaje periodista, el personaje profesor, el personaje prófugo, el estudiante. Es uno solo que se desarrolla en todas sus formas. Cómo va encontrando vicisitudes y aunque también alegrías. Al final, el resultado es triste porque desaparecen a los estudiantes de La Cantuta.

NVP: En esa novela se presentan elementos autobiográficos.

FHC: Casi en todas. Por ejemplo, en Candela quema luceros, cuando yo hablo de Sarapalacha. Sarapalacha es un mito canteño. También lo he encontrado en Apurímac, que es el mito al maíz, que también está unido al agua. Eso es una cosa que yo siempre he encontrado en Canta. Y hay un montón de cosas del que yo hablo. Inclusive los trabajos del agro, el del campo: yo he estado con mi padre directamente. En todas hay mucha autobiografía. No es que sea autobiografía, sino referencias vivenciales que no se escapa a ningún escritor. Porque aquel que haga pura elucubración simbólica, no sé, habrá que ser un Kafka, ni Kafka. Borges de repente, pero Borges por su palabra, su fuerza. Además el mundo era él. Si tú has vivido toda la vida en una torre de marfil, ¿cuál es tu vivencia? La torre de marfil. Si tú has vivido en el Perú, ¿cuál es tu vivencia? El Perú. Salvo que seas como estos tipos que andan buscando… sus temas eróticos, sus temas sexuales, intrascendentes.

NVP: Hablando de Sarapalacha. Me llama la atención la situación de desencuentro de dos mundos distintos. Porque la idea de Sarapalacha termina en una masacre.

FHC: Lo que pasa es que ahí planteo un problema bien importante que vertebra casi la tradición: que es la migración. El tipo que vuelve, Gelacho, es un migrante que ya ha estado en Lima. Él, que ha estado en Lima, en alguna medida, destruye su antecedente, su mitología; pero no lo destruye totalmente. Él sabe qué era el respeto por el mito, pero, a la vez, también irrespeto. En un sitio sagrado donde todo el mundo venera, él rompe. Esa es la causa para que los campesinos vayan contra él y lo apresen. Es el motivo para que ocurra lo que ha ocurrido. Cuando tú hieres sus creencias, es herir el alma mismo del pueblo. Entonces reaccionan. Pero ¿quién es el que hiere? Es un hijo de ahí mismo, del mismo ambiente. Pero él ha sido ya fruto de la migración. Él ha estado ya en Lima. Eso hace que ocurra así. Para ellos, la que ha sufrido es una niña, en su niña, es su vida, es su diosa; pero para las autoridades es una burla porque es una piedra. Ahí viene el caso. Hay un choque de culturas.

NVP: Esa idea de choque de culturas también se ve en el caso de Uchuraccay. En la entrada del libro, a modo de introducción hay un poema que habla de Arguedas y se hace referencia al caso de Uchuraccay.

FHC: Cuando yo escribí ese poema, fue una poesía con mucha fuerza por la masacre que hubo ahí. Al poco tiempo nomás, detuvieron a Sibila, la esposa de Arguedas. Yo le dedico el poema a ella. ¿Qué sucedió ahí? La famosa comisión de Belaúnde, presidida por Vargas Llosa, que hago alusión ahí, le hecha la culpa a los campesinos, a los indios. Al final, la conclusión fue que los culpables de esa masacre fueron ellos, como ahora: los culpables de lo que ocurrió en la selva son los nativos. Igual ocurrió ahí. Pero ¿es cierto eso? Eso no es cierto. Ahí intervino la Marina y destrozó todo. Fueron los periodistas antes, ahora los policías. Están metidos ahí. El problema fundamental es que abusan del pueblo: matar, desaparecer.

NVP: Para concluir, ¿qué recomendación les daría a los jóvenes que están incurriendo en la narrativa, sobre todo en la novela, con el tema de la guerra?

FHC: El problema de la guerra es una época histórica que se dio en la época del 80. Ahora se está viviendo una época de construcción y reconstrucción de nosotros mismos. La lucha ahora tiene otros niveles, sobre todo con la globalización. Con la interferencia que hacen los países capitalistas en crisis con nosotros. Ellos están desesperados por sobrevivir frente a su macroeconomía. Nosotros tratamos de salir por ese mismo camino sabiendo que ese no es el caso. Ahora la historia es diferente y los retos diferentes. La novela tiene que ser otra cosa. Sin embargo, los nuevos están tomando el tema de esa época como mercancía. Hacen la novela basado en la guerra, pero para el mercado, donde los personajes son fantoches, son payasos, estereotipos En Abril rojo, todos son una tira de anormales y, claro, eso llama la atención porque ellos siempre nos vieron así. Como no saben quiénes somos nosotros, entonces creen que somos así: disfrazados, payasos. A los jóvenes que están trabajando ahora, creo que tienen que estudiar mucho y ver nuestra realidad. Sacar de ahí la nueva novela. La nueva novela es todo un desafío que yo lo comparo un poco con lo que hizo González Prada. Gracias a la enseñanza, a la universidad de González Prada, se construyó una nueva visión del Perú, gracias a mucha gente muy esclarecida. Ahora necesitamos eso: que la gente construya, pero construya para el futuro basado en nuestro pasado, pero pensando en el futuro, pero con un criterio. No solamente pensando en la mercancía, pensando en vender. Cuando publiqué Candela quema luceros, la gente leyó no porque yo quería escribir para eso, sino que todos los chicos, que estaban metidos en las cuestiones del movimiento social, de San Marcos, de La Cantuta, de Huancayo, de Ayacucho, todos leían. Y la editorial que lo publicó inclusive fue Labrusa, que era de Bruño, pero no puso su sello de Labrusa. Puso Retama. Había miedo. Salió una edición de mil ejemplares, pero después reprodujo como diez veces. Se vendía en todos lados. Yo lo encontré en todo sitio. Luego las cosas se volvieron feas. Se nos complicó un poco con el Servicio de Inteligencia. Tuvimos que tomar medidas un poco de clandestinidad. Cosas así. Yo no tenía miedo. Había escrito lo que tenía que escribir.


23 de junio del 2009