(…) Quisiera darles un breve testimonio de cómo escribí este libro. Tal vez para que tengan una idea de cómo un autor escribe sus textos, escribe sus novelas, elabora sus ficciones. La génesis de esta novela podría yo citarles por los años 70 más o menos, cuando yo era un joven profesor que estaba incursionando en la literatura. Fue ahí, recuerdo que compré el libro Pedro Páramo en la librería de Juan Mejía Baca. Quedé maravillado por el libro. Dije, como había dicho García Márquez cuando leyó la Metamorfosis de Kafka, ¡Ah carajo, así también se escribe! Yo, si bien es cierto, había leído sobre el mundo sobrenatural, el pasaje al más allá en Dante. Había leído Luciano de Samosata, un griego que tiene un libro que se llama Diálogos sobre los muertos. Había leído también a Virgilio. Para mí era eso, que habían hecho escritores de esos tiempos, pero al leer Pedro Páramo pude ver que también se podía hacer una divina comedia en estos tiempos. Fue así como analicé, estudié. Con el tiempo fue mi libro de cabecera: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Solo quiero observar una cosa, que Rulfo, en realidad, a pesar de que situaba la novela en las sierras mejicanas sin embargo los personajes eran muy mestizos. No eran los indígenas mejicanos los que aparecían poblando ese mundo de almas en pena. Ese mundo sobrenatural que (…) Encontré mucho imaginario occidental. Como, por ejemplo, la parte donde se enfoca a dos hermanos desnudos que conviven como marido y mujer, que bien nos hacen pensar en Adán y Eva. Entonces yo dije, siendo él de ascendencia nativa, de padres campesinos pudo de repente hurgar en nuestras raíces latinoamericanas, sondear más al indio, ver su pensamiento mítico, cómo fue su pensamiento sobrenatural de los antiguos aztecas. Entonces pensé que en Perú yo podía hacer eso o qué podía hacer… Sencillamente porque yo devenía de una familia de campesinos. Vivé en un mundo realmente andino, andino. El callejón de Conchucos. Ese lugar poblado de abismo, nevados, precipicios insondables. Ahí había pasado mi infancia. Había escuchado historias que aún nos hacían entender cómo había sido el pensamiento de los antiguos chavín, o de repente de los antiguos paracas, o de los nazcas. Eso lo entendí claramente en los años 80 más o menos. Dianita, la hermana de mi madre, a quien dedico mi novela, me contó un sueño revelador. Ella de pronto se encontraba en el cruce de dos caminos. Al lado izquierdo se proyectaba un camino ancho orillado de flores y más allá se veía una catarata, un chorro, decía Dianita, un chorro que se desprendía de la peña (…) El camino ancho, un poco que bajaba; y el camino delgadito, un camino de cabra, decía ella, se perdía entre los montecitos, pero ese caminito también tengo ganas de seguirlo, decía ella, porque aparte que me invitaba a seguir por un sendero tan sencillo, sin embargo, podía haber allí una casa donde podrían darme una indicación hacia dónde debería seguir. Ella también como Dante que se encontraba perdido en esa selva, ella también se encontraba perdida en esos dos caminos. No sabía para dónde seguir ni para dónde quedaba su pueblo. Entonces, decía ella, yo me decidí por el camino ancho, pero no porque era ancho con flores, creciendo en sus orillas, sino porque a lo lejos yo veía un chorro de agua, y la sed que yo llevaba era una sed pero fuerte, algo que yo no podía aguantar. Entonces fue por eso que yo me decidí seguir por camino ancho, sin embargo, cuando llegué a la altura, donde yo pensaba encontrar las aguas de la catarata, me di con la gran decepción de que estaba al otro lado de un barranco, de un barranco insondable que yo no podía cruzar. Entonces tuve nomás que continuar mi camino. Continúe mi camino y me encontré con un hombre, un hombre que venía en sentido contrario, un arriero que venía arriando unas mulas, y que me dijo, señora, cuidado, no vaya a pisar ahí en la yerba, ¿no ve una culebra? Y efectivamente, di un salto y me salvé de la mordedura de una víbora. Señora, me dijo, ¿puedo ayudarle? Entonces, le dije que yo estaba perdida. ¡Qué lástima!, señora, me dijo, usted no puede regresar, porque, quien entra por este camino ancho, ya jamás regresa, y si usted intenta volver, quedará convertida en piedra, quedará convertida en cactus o en zarzamora, en alguna planta. Entonces, me dijo, vamos por este camino, pero yo le ayudaré a cruzar más allá, porque más allá hay dos ríos, y el señor dejó sus las mulas y me acompañó, decía mi tía, hasta cierta parte, donde efectivamente encontramos un río de aguas rojizas, un río de sangre. Mira señora, decía mi tía, estas aguas es la sangre de las madres que vienen a dar nacimiento de sus hijos. Entonces me ayudó a cruzar y yo avancé un poco más, y encontramos un río de aguas límpidas, y me dijo, este río, señora, traen las lágrimas de las madres que lloran por sus hijos. Más allá había otro río, en la que el señor le ayudó a cruzar y fue allí donde ella, continuó contándome, que llegó al limbo, donde se encontraba su hijo que murió, pequeñito, y más allá un río de candela, decía, ese río de candela (…) Si yo quiero, yo pudiera ser solamente el río Marañón, porque el río Marañón atravesaba esas tierras y entonces el río Marañón, decía, que más allá cuando se perdía en las montañas, se volvía un río subterráneo y se convertía en un río de candela. Eso decía allá la gente, los demás pobladores de ese pueblo pequeño donde yo viví, que se llamaba Huayllabamba. Hasta ahí me contó tía Anita, y esa fue la clave para yo poder interesarme más en hurgar cómo fue el mundo que pensaban los incas, los nazcas, los paracas, el señor de Sipán. Sobre ese lugar al que después de vivos, nosotros nos vamos. En todas las culturas se dice que hay un mundo sobrenatural y casi todas las culturas coinciden. No es que Dante haya sido el que inventó el paraíso, el cielo y todas esas instancias del mundo donde se dirigen las almas. Dante había utilizado ya toda la mitología griega que hablaba sobre su mundo y, también, si nosotros buscamos en otras mitologías, en la mitología egipcia, en la mitología china, se habla sobre esos mundos sobrenaturales. Entonces todas las culturas coinciden en lo mismo. Y yo decidí hacer, desde el punto de vista andino, esa historia, averiguando un poco más cuando yo trabajaba ya en Lima. Porque yo trabajaba antes como profesor en Chimbote, luego me trasladé a Lima. Y tuve la suerte o la mala suerte, no sé, de que mi trabajo saliera en el Agustino, un lugar poblado en realidad, de ese entonces por los años 80, de delincuentes, de terroristas, de gente de mal vivir y también de gente muy buena, muy noble. Muchos de ellos, muchos de los hijos de esa gente, que había venido desde el Apurímac, había venido desde Huancavelica, desde Huancayo, desde el Cuzco, confluyeron en ese lugar que era el Agustino. Tuve la suerte de trabajar allí. Al comienzo, un poco que me decepcioné, porque yo quería que me toque en el centro de Lima (…). En realidad, el Agustino era muy peligroso. Tuve la suerte, porque, gracias a mi estancia como profesor en ese lugar, he logrado escribir dos novelas: una, que es Cholito en la ciudad del río hablador y, otra, es el material que yo recogí también para Rosa Cuchillo. Y ¿cómo es que yo recogí material para Rosa Cuchillo en la Lima? Lima, en la costa misma. Sencillamente, como yo sabía que todos mis alumnitos venían del sur peruano o la parte este; yo, pensando ya en la novela, decidí hurgar cómo pensaban sus padres, sus vecinos y sus abuelos sobre el mundo del más allá. Entonces hice una encuesta. Les di a todos para que averiguaran, que hagan una entrevista a sus padres, a sus vecinos o a sus abuelos, que les contaran qué pensaban que había en el más allá, por ejemplo, la historia del perrito guía, de aquel que, cuando uno se muere, lo guía a uno al más allá. Eso ya me habían contado en los Andes. Me habían dicho, si una persona quiere que después de muerto lo guíe hacia el Gran Gapaj, el Gran Gápaj es Dios, el dios Wiracoha, si alguna persona desee que en el más allá alguien le guíe y no se piedra por los caminos y se vuelve un alma en pena o no se pierda en el Uco Pacha, el infierno indio, entonces tiene que criar en vida un perrito negro. Es así que mucha gente criaba su perrito negro, porque pensaban que cuando se muera ese perrito les guiaría. Cuando hice esa entrevista a estos chicos, leía muchas versiones de ese perrito negro. Efectivamente, las personas se morían y su alma se encontraba, de pronto, con su perrito que le estaba esperando en algún lugar del camino de la vida, y le ayudaba a cruzar los peligros que se le presentaban, porque no faltaban los demonios que intentaban llevarse al alma hacia el Uco Pacha, el infierno indio. Este perrito no solamente les acompañaba en la Tierra, sino que lo ayudaba a subir hacia el cielo y lo ayudaba a cruzar el río Jordán, el río indio, Jornán porque la palabra ya estaba occidentalizada, pero, en realidad, el río indio era la Vía Láctea, y para cruzar la Vía Láctea, tenía que valerse del perrito, abrazarse del perrito, y el perrito nadando lo hacía cruzar al otro lado donde estaba el paraíso. ¿Quiénes vivían en el paraíso indio? En el paraíso indio, vivían los poetas y los músicos solamente, o las personas dedicadas al arte, y ahí estaba el gran Wiracocha, dios. ¿Pero había un paraíso para las otras personas, para los que no había nacidos artistas, pero que fueron buenos y merecían un lugar mejor? Sí. Había también un paraíso. Era Auquimarca. Y Auquimarca estaba en la Tierra. Estaba en el interior de los cerros. Y cuando yo era niño, a veces, me decían, ¿escuchas esa música, esa fiesta que hay en interior de cerro? Y yo paraba las orejas. Y efectivamente se escuchaba esa música como que un (…) tocara su tinya y (…) se escuchaba huajidos. Huajidos son gritos indios cuando están muy alegres. Cuando el indio está muy alegre dice huaaajiii. Es un grito guerrero pero de alegría. Se escuchaban cosas así y es que ahí era el cielo indio. Porque las almas de la personas buenas se iban al interior de los cerros. Pero ¿cómo era el interior de los cerros? En el interior de los cerros era lindísimo. Para los que habían sido agricultores, tenían enormes extensiones para hacer sus chacras. Las sementeras daban unos frutos enormes, grandes, unos choclos que reventaban. Para los que habían sido alfareros, encontraban el mejor barro para hacer su artesanía. Para los que habían sido ganaderos, sus ganados abundaban tanto que poblaban las montañas, que cubrían las montañas. Ellos vivían en constantes fiestas. Hacían pachamancas y danzaban. Eso va también en Rosa Cuchillo. Esas cosas las averigüé después, de muchas formas, como por ejemplo, cuando mi prima Nicolasa Lucio me hablaba de visitar Chullas. Chullas es un pueblo que queda en Pomabamba. Nosotros vivíamos en la parte cerca de Sihuas. Y de sihuas hacia esa parte de Pomabamba, había casi un día a pie. Entonces ella decía que, para salvarse, uno tenía que visitar cuando menos una vez en la vida, ir en peregrinación hacia Chullas, como seguramente viajaban también, antiguamente, hacia el centro ceremonial de Chavín, de los diferentes lugares del país viajaban hacia Chavín, en peregrinación. En esos tiempos había la peregrinación hacia Chullas. ¿Y qué había en Chullas? En Chullas había tres piedras grandes, Taita Rumi. Y había que llegar a ese lugar. Las mujeres se sacaban su rebozo y los hombres su poncho y envolvían la piedra y hacían el ademán de cargarlo y decían, “Cargo esta piedra por el dios Cóndor”, el dios del Janan Pacha, del cielo indio. Después iban a la otra piedra, envolvían con su poncho, con su rebozo y hacían la intención de cargarla y decían, “Cargo esta piedra por el taita Puma”, el dios del Kay Pacha, el mundo de la Tierra, el mundo de acá. Después decían, “Cargo esta piedra por el dios Serpiente”. El dios Serpiente era el dios del interior de la tierra, el Uco Pacha. Entonces, cuando se hacía eso, empezaba una fiesta. Había que bailar toda una noche sin parar, luego había que volverse a su pueblo. Habían cumplido con la obligación de todas las personas, porque, cuando se morían, inmediatamente viajaban hacia el cielo indio, pero, si no habían hecho, se quedaban vagando como almas en pena. Eso fue en tiempos antiquísimos. Pero ya después llegó la religión cristiana y entones dijo “estos son ídolos, este es pensamiento pagano, y ya no más los tres dioses: el Puma, el Cóndor y la Serpiente”. Los tres representaban al dios Wiracocha, que se encontraban inscritos en la piedra, el lanzón de Chavín de Huántar. Es así como los curas dijeron que no, “esas tres figuras que aparecen acá van a ser la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo”. Y levantaron una iglesia ahí. Posteriormente, cuando las nuevas generaciones, viajaban ya iban a adorar la Santísima Trinidad, y también había fiestas en Chullas. Eso era lo que contaba mi prima Nicolasa Lucio y que yo puse en la novela. Así he averiguado muchas cosas, que no podría decirles todas. Hay tanto que decir. También los mitos de Arguedas que ha estudiado Víctor con mucha (…). Él ha descubierto algunos secretos de la novela, como la parte del condenado. Eso aparece en el mito de Arguedas, pero está trabajado en otro momento, trasladado a otra época. Y tendría que contarles más cosas, pero el tiempo es corto, no voy a ahondar, pero esta es la parte mítica. Esta es la parte del mundo sobrenatural del mundo andino. Yo recuerdo cuando viajé a Sipán y vi al señor de Sipán en su propia tumba. Al pie había unos perros. ¿Para qué eran esos perros? Para guiar al señor de Sipán. Eso se ha encontrado también en otras culturas. Pero para contarles la otra parte, que es la parte de Sendero. Ustedes dirán pero cómo investigaste tanto sobre Sendero Luminoso en una época tan difícil, donde Sendero era una organización muy cerrada. La policía pasó muchos años para que descubriera cómo accionaba Sendero Luminoso, cómo estaban distribuidos sus cuadros (…) No se les podía capturar fácilmente. ¿Cómo funcionaba todo eso? Durante muchos años fue todo una incógnita. Bueno, mi experiencia en el Agustino me valió también. Cuando recién llegué a trabajar, habían capturado a una chica senderista, que vivía a dos cuadras del colegio. Sus hermanos y sus primos estudiaban en el colegio donde yo trabajaba. Me contaron muchas cosas, de cómo esta chica entró a militar a Sendero Luminoso, cómo fue que la captaron, cómo fue su accionar y cómo fue que lo capturaron. Después viajé a Ayacucho, en dos oportunidades. Me invitaron para un congreso de literatura infantil y juvenil, y yo aproveché para entrevistar, para reconocer algunos lugares, como por ejemplo, la cárcel de Huamanga, donde tiene lugar una balacera entre senderistas y policías, que aparece también en la novela. Cosas así. Muchas cosas que me contaron algunos que eran familia de senderistas, que estaban fugados o presos. Aunque había mucho hermetismo, sin embargo, uno podía captar. Y aparte, otras fuentes como los periódicos, revistas, la televisión. Todo eso constituye material para el escritor, y el libro también. Salió el libro de Gorriti, Sendero se llama. Salió el libro de Carlos Iván Degregori. Y poco a poco, la bibliografía senderista se fue ampliando. Con todos esos materiales yo fui ideando la novela. Pienso que el personaje Livorio debe ser ese personaje que yo leí en la revista Caretas, de un joven campesino en un pueblo de (…), de la Libertad. Sendero se lo llevó a la fuerza cuando él estaba trabajando en su parcelita. Pienso que eso me dio la idea del personaje Livorio que aparece aquí, como protagonista de la parte de Sendero Luminoso… Para terminar… (agradecimientos). Muchas gracias.
NOTA: Este testimonio fue grabado en la Feria de Libro Ricardo Palma del 2009