La investigación no es una tarea. Es una actitud.


domingo, 25 de julio de 2010

Testimonio de Oscar Colchado sobre Rosa Cuchillo

(…) Quisiera darles un breve testimonio de cómo escribí este libro. Tal vez para que tengan una idea de cómo un autor escribe sus textos, escribe sus novelas, elabora sus ficciones. La génesis de esta novela podría yo citarles por los años 70 más o menos, cuando yo era un joven profesor que estaba incursionando en la literatura. Fue ahí, recuerdo que compré el libro Pedro Páramo en la librería de Juan Mejía Baca. Quedé maravillado por el libro. Dije, como había dicho García Márquez cuando leyó la Metamorfosis de Kafka, ¡Ah carajo, así también se escribe! Yo, si bien es cierto, había leído sobre el mundo sobrenatural, el pasaje al más allá en Dante. Había leído Luciano de Samosata, un griego que tiene un libro que se llama Diálogos sobre los muertos. Había leído también a Virgilio. Para mí era eso, que habían hecho escritores de esos tiempos, pero al leer Pedro Páramo pude ver que también se podía hacer una divina comedia en estos tiempos. Fue así como analicé, estudié. Con el tiempo fue mi libro de cabecera: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Solo quiero observar una cosa, que Rulfo, en realidad, a pesar de que situaba la novela en las sierras mejicanas sin embargo los personajes eran muy mestizos. No eran los indígenas mejicanos los que aparecían poblando ese mundo de almas en pena. Ese mundo sobrenatural que (…) Encontré mucho imaginario occidental. Como, por ejemplo, la parte donde se enfoca a dos hermanos desnudos que conviven como marido y mujer, que bien nos hacen pensar en Adán y Eva. Entonces yo dije, siendo él de ascendencia nativa, de padres campesinos pudo de repente hurgar en nuestras raíces latinoamericanas, sondear más al indio, ver su pensamiento mítico, cómo fue su pensamiento sobrenatural de los antiguos aztecas. Entonces pensé que en Perú yo podía hacer eso o qué podía hacer… Sencillamente porque yo devenía de una familia de campesinos. Vivé en un mundo realmente andino, andino. El callejón de Conchucos. Ese lugar poblado de abismo, nevados, precipicios insondables. Ahí había pasado mi infancia. Había escuchado historias que aún nos hacían entender cómo había sido el pensamiento de los antiguos chavín, o de repente de los antiguos paracas, o de los nazcas. Eso lo entendí claramente en los años 80 más o menos. Dianita, la hermana de mi madre, a quien dedico mi novela, me contó un sueño revelador. Ella de pronto se encontraba en el cruce de dos caminos. Al lado izquierdo se proyectaba un camino ancho orillado de flores y más allá se veía una catarata, un chorro, decía Dianita, un chorro que se desprendía de la peña (…) El camino ancho, un poco que bajaba; y el camino delgadito, un camino de cabra, decía ella, se perdía entre los montecitos, pero ese caminito también tengo ganas de seguirlo, decía ella, porque aparte que me invitaba a seguir por un sendero tan sencillo, sin embargo, podía haber allí una casa donde podrían darme una indicación hacia dónde debería seguir. Ella también como Dante que se encontraba perdido en esa selva, ella también se encontraba perdida en esos dos caminos. No sabía para dónde seguir ni para dónde quedaba su pueblo. Entonces, decía ella, yo me decidí por el camino ancho, pero no porque era ancho con flores, creciendo en sus orillas, sino porque a lo lejos yo veía un chorro de agua, y la sed que yo llevaba era una sed pero fuerte, algo que yo no podía aguantar. Entonces fue por eso que yo me decidí seguir por camino ancho, sin embargo, cuando llegué a la altura, donde yo pensaba encontrar las aguas de la catarata, me di con la gran decepción de que estaba al otro lado de un barranco, de un barranco insondable que yo no podía cruzar. Entonces tuve nomás que continuar mi camino. Continúe mi camino y me encontré con un hombre, un hombre que venía en sentido contrario, un arriero que venía arriando unas mulas, y que me dijo, señora, cuidado, no vaya a pisar ahí en la yerba, ¿no ve una culebra? Y efectivamente, di un salto y me salvé de la mordedura de una víbora. Señora, me dijo, ¿puedo ayudarle? Entonces, le dije que yo estaba perdida. ¡Qué lástima!, señora, me dijo, usted no puede regresar, porque, quien entra por este camino ancho, ya jamás regresa, y si usted intenta volver, quedará convertida en piedra, quedará convertida en cactus o en zarzamora, en alguna planta. Entonces, me dijo, vamos por este camino, pero yo le ayudaré a cruzar más allá, porque más allá hay dos ríos, y el señor dejó sus las mulas y me acompañó, decía mi tía, hasta cierta parte, donde efectivamente encontramos un río de aguas rojizas, un río de sangre. Mira señora, decía mi tía, estas aguas es la sangre de las madres que vienen a dar nacimiento de sus hijos. Entonces me ayudó a cruzar y yo avancé un poco más, y encontramos un río de aguas límpidas, y me dijo, este río, señora, traen las lágrimas de las madres que lloran por sus hijos. Más allá había otro río, en la que el señor le ayudó a cruzar y fue allí donde ella, continuó contándome, que llegó al limbo, donde se encontraba su hijo que murió, pequeñito, y más allá un río de candela, decía, ese río de candela (…) Si yo quiero, yo pudiera ser solamente el río Marañón, porque el río Marañón atravesaba esas tierras y entonces el río Marañón, decía, que más allá cuando se perdía en las montañas, se volvía un río subterráneo y se convertía en un río de candela. Eso decía allá la gente, los demás pobladores de ese pueblo pequeño donde yo viví, que se llamaba Huayllabamba. Hasta ahí me contó tía Anita, y esa fue la clave para yo poder interesarme más en hurgar cómo fue el mundo que pensaban los incas, los nazcas, los paracas, el señor de Sipán. Sobre ese lugar al que después de vivos, nosotros nos vamos. En todas las culturas se dice que hay un mundo sobrenatural y casi todas las culturas coinciden. No es que Dante haya sido el que inventó el paraíso, el cielo y todas esas instancias del mundo donde se dirigen las almas. Dante había utilizado ya toda la mitología griega que hablaba sobre su mundo y, también, si nosotros buscamos en otras mitologías, en la mitología egipcia, en la mitología china, se habla sobre esos mundos sobrenaturales. Entonces todas las culturas coinciden en lo mismo. Y yo decidí hacer, desde el punto de vista andino, esa historia, averiguando un poco más cuando yo trabajaba ya en Lima. Porque yo trabajaba antes como profesor en Chimbote, luego me trasladé a Lima. Y tuve la suerte o la mala suerte, no sé, de que mi trabajo saliera en el Agustino, un lugar poblado en realidad, de ese entonces por los años 80, de delincuentes, de terroristas, de gente de mal vivir y también de gente muy buena, muy noble. Muchos de ellos, muchos de los hijos de esa gente, que había venido desde el Apurímac, había venido desde Huancavelica, desde Huancayo, desde el Cuzco, confluyeron en ese lugar que era el Agustino. Tuve la suerte de trabajar allí. Al comienzo, un poco que me decepcioné, porque yo quería que me toque en el centro de Lima (…). En realidad, el Agustino era muy peligroso. Tuve la suerte, porque, gracias a mi estancia como profesor en ese lugar, he logrado escribir dos novelas: una, que es Cholito en la ciudad del río hablador y, otra, es el material que yo recogí también para Rosa Cuchillo. Y ¿cómo es que yo recogí material para Rosa Cuchillo en la Lima? Lima, en la costa misma. Sencillamente, como yo sabía que todos mis alumnitos venían del sur peruano o la parte este; yo, pensando ya en la novela, decidí hurgar cómo pensaban sus padres, sus vecinos y sus abuelos sobre el mundo del más allá. Entonces hice una encuesta. Les di a todos para que averiguaran, que hagan una entrevista a sus padres, a sus vecinos o a sus abuelos, que les contaran qué pensaban que había en el más allá, por ejemplo, la historia del perrito guía, de aquel que, cuando uno se muere, lo guía a uno al más allá. Eso ya me habían contado en los Andes. Me habían dicho, si una persona quiere que después de muerto lo guíe hacia el Gran Gapaj, el Gran Gápaj es Dios, el dios Wiracoha, si alguna persona desee que en el más allá alguien le guíe y no se piedra por los caminos y se vuelve un alma en pena o no se pierda en el Uco Pacha, el infierno indio, entonces tiene que criar en vida un perrito negro. Es así que mucha gente criaba su perrito negro, porque pensaban que cuando se muera ese perrito les guiaría. Cuando hice esa entrevista a estos chicos, leía muchas versiones de ese perrito negro. Efectivamente, las personas se morían y su alma se encontraba, de pronto, con su perrito que le estaba esperando en algún lugar del camino de la vida, y le ayudaba a cruzar los peligros que se le presentaban, porque no faltaban los demonios que intentaban llevarse al alma hacia el Uco Pacha, el infierno indio. Este perrito no solamente les acompañaba en la Tierra, sino que lo ayudaba a subir hacia el cielo y lo ayudaba a cruzar el río Jordán, el río indio, Jornán porque la palabra ya estaba occidentalizada, pero, en realidad, el río indio era la Vía Láctea, y para cruzar la Vía Láctea, tenía que valerse del perrito, abrazarse del perrito, y el perrito nadando lo hacía cruzar al otro lado donde estaba el paraíso. ¿Quiénes vivían en el paraíso indio? En el paraíso indio, vivían los poetas y los músicos solamente, o las personas dedicadas al arte, y ahí estaba el gran Wiracocha, dios. ¿Pero había un paraíso para las otras personas, para los que no había nacidos artistas, pero que fueron buenos y merecían un lugar mejor? Sí. Había también un paraíso. Era Auquimarca. Y Auquimarca estaba en la Tierra. Estaba en el interior de los cerros. Y cuando yo era niño, a veces, me decían, ¿escuchas esa música, esa fiesta que hay en interior de cerro? Y yo paraba las orejas. Y efectivamente se escuchaba esa música como que un (…) tocara su tinya y (…) se escuchaba huajidos. Huajidos son gritos indios cuando están muy alegres. Cuando el indio está muy alegre dice huaaajiii. Es un grito guerrero pero de alegría. Se escuchaban cosas así y es que ahí era el cielo indio. Porque las almas de la personas buenas se iban al interior de los cerros. Pero ¿cómo era el interior de los cerros? En el interior de los cerros era lindísimo. Para los que habían sido agricultores, tenían enormes extensiones para hacer sus chacras. Las sementeras daban unos frutos enormes, grandes, unos choclos que reventaban. Para los que habían sido alfareros, encontraban el mejor barro para hacer su artesanía. Para los que habían sido ganaderos, sus ganados abundaban tanto que poblaban las montañas, que cubrían las montañas. Ellos vivían en constantes fiestas. Hacían pachamancas y danzaban. Eso va también en Rosa Cuchillo. Esas cosas las averigüé después, de muchas formas, como por ejemplo, cuando mi prima Nicolasa Lucio me hablaba de visitar Chullas. Chullas es un pueblo que queda en Pomabamba. Nosotros vivíamos en la parte cerca de Sihuas. Y de sihuas hacia esa parte de Pomabamba, había casi un día a pie. Entonces ella decía que, para salvarse, uno tenía que visitar cuando menos una vez en la vida, ir en peregrinación hacia Chullas, como seguramente viajaban también, antiguamente, hacia el centro ceremonial de Chavín, de los diferentes lugares del país viajaban hacia Chavín, en peregrinación. En esos tiempos había la peregrinación hacia Chullas. ¿Y qué había en Chullas? En Chullas había tres piedras grandes, Taita Rumi. Y había que llegar a ese lugar. Las mujeres se sacaban su rebozo y los hombres su poncho y envolvían la piedra y hacían el ademán de cargarlo y decían, “Cargo esta piedra por el dios Cóndor”, el dios del Janan Pacha, del cielo indio. Después iban a la otra piedra, envolvían con su poncho, con su rebozo y hacían la intención de cargarla y decían, “Cargo esta piedra por el taita Puma”, el dios del Kay Pacha, el mundo de la Tierra, el mundo de acá. Después decían, “Cargo esta piedra por el dios Serpiente”. El dios Serpiente era el dios del interior de la tierra, el Uco Pacha. Entonces, cuando se hacía eso, empezaba una fiesta. Había que bailar toda una noche sin parar, luego había que volverse a su pueblo. Habían cumplido con la obligación de todas las personas, porque, cuando se morían, inmediatamente viajaban hacia el cielo indio, pero, si no habían hecho, se quedaban vagando como almas en pena. Eso fue en tiempos antiquísimos. Pero ya después llegó la religión cristiana y entones dijo “estos son ídolos, este es pensamiento pagano, y ya no más los tres dioses: el Puma, el Cóndor y la Serpiente”. Los tres representaban al dios Wiracocha, que se encontraban inscritos en la piedra, el lanzón de Chavín de Huántar. Es así como los curas dijeron que no, “esas tres figuras que aparecen acá van a ser la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo”. Y levantaron una iglesia ahí. Posteriormente, cuando las nuevas generaciones, viajaban ya iban a adorar la Santísima Trinidad, y también había fiestas en Chullas. Eso era lo que contaba mi prima Nicolasa Lucio y que yo puse en la novela. Así he averiguado muchas cosas, que no podría decirles todas. Hay tanto que decir. También los mitos de Arguedas que ha estudiado Víctor con mucha (…). Él ha descubierto algunos secretos de la novela, como la parte del condenado. Eso aparece en el mito de Arguedas, pero está trabajado en otro momento, trasladado a otra época. Y tendría que contarles más cosas, pero el tiempo es corto, no voy a ahondar, pero esta es la parte mítica. Esta es la parte del mundo sobrenatural del mundo andino. Yo recuerdo cuando viajé a Sipán y vi al señor de Sipán en su propia tumba. Al pie había unos perros. ¿Para qué eran esos perros? Para guiar al señor de Sipán. Eso se ha encontrado también en otras culturas. Pero para contarles la otra parte, que es la parte de Sendero. Ustedes dirán pero cómo investigaste tanto sobre Sendero Luminoso en una época tan difícil, donde Sendero era una organización muy cerrada. La policía pasó muchos años para que descubriera cómo accionaba Sendero Luminoso, cómo estaban distribuidos sus cuadros (…) No se les podía capturar fácilmente. ¿Cómo funcionaba todo eso? Durante muchos años fue todo una incógnita. Bueno, mi experiencia en el Agustino me valió también. Cuando recién llegué a trabajar, habían capturado a una chica senderista, que vivía a dos cuadras del colegio. Sus hermanos y sus primos estudiaban en el colegio donde yo trabajaba. Me contaron muchas cosas, de cómo esta chica entró a militar a Sendero Luminoso, cómo fue que la captaron, cómo fue su accionar y cómo fue que lo capturaron. Después viajé a Ayacucho, en dos oportunidades. Me invitaron para un congreso de literatura infantil y juvenil, y yo aproveché para entrevistar, para reconocer algunos lugares, como por ejemplo, la cárcel de Huamanga, donde tiene lugar una balacera entre senderistas y policías, que aparece también en la novela. Cosas así. Muchas cosas que me contaron algunos que eran familia de senderistas, que estaban fugados o presos. Aunque había mucho hermetismo, sin embargo, uno podía captar. Y aparte, otras fuentes como los periódicos, revistas, la televisión. Todo eso constituye material para el escritor, y el libro también. Salió el libro de Gorriti, Sendero se llama. Salió el libro de Carlos Iván Degregori. Y poco a poco, la bibliografía senderista se fue ampliando. Con todos esos materiales yo fui ideando la novela. Pienso que el personaje Livorio debe ser ese personaje que yo leí en la revista Caretas, de un joven campesino en un pueblo de (…), de la Libertad. Sendero se lo llevó a la fuerza cuando él estaba trabajando en su parcelita. Pienso que eso me dio la idea del personaje Livorio que aparece aquí, como protagonista de la parte de Sendero Luminoso… Para terminar… (agradecimientos). Muchas gracias.
NOTA: Este testimonio fue grabado en la Feria de Libro Ricardo Palma del 2009

martes, 6 de julio de 2010

En el país de Gargantúa: reafirmación de la poesía social

“Hemos caminado tanto para regresar la mirada”

Por: ROGER GARCÍA CLAVO

A partir de los años ochenta, la inseguridad, el miedo, el vejamen político y el atentado de la libertad se convirtió en lo cotidiano para el pueblo peruano. Ante tal situación nos preguntamos: ¿cuánto se fortaleció la democracia con la guerra interna? Para la clase dominante, mucho, porque la democracia es parte de su oligarquía, de su dominio y de su actitud de acaparar las riquezas y libertad. En resumen, hacer lo que el poder le confiere.
En esas circunstancias, la poesía ha tenido que cortar las zarzas de la democracia y buscar las moras entre muertes, desapariciones, discriminaciones, migraciones y abandono conciente del Estado a nuestro pueblo. La poesía ha encontrado sus propios frutos como muestra de vitalidad y pureza.
Quizá de esta vívida experiencia, surge la poesía de Niko Velita como una antorcha para refrescar la memoria de un pueblo “sellado por la vergüenza y el deshonor para un Estado”, como señala en su informe final, la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Niko tiene una forma especial de descifrar esta contradicción social y lo hace a través de la burla y el sarcasmo, encapullándose de todo un proceso político-social para hacer así la denuncia eficaz. La propuesta de Niko está ligada al sentido común de lo absurdo, sobre todo para criticar a la clase gobernante que se desenvuelve como autoritario y matón.
Pareciera que En el país de Gargatúa (Arteidea Editores, 2010) estuviera el país del absurdo, exaltado por el orden, el pacifismo y el espíritu conciliador que utiliza el Estado a través de su fuerza político-militar. La poesía de Niko va narrando la situación grotesca que le tocó vivir a nuestro país y sobre todo al pueblo en conjunto con una sobredosis de violencia. Realismo grotesco, que es la continuación de su libro de poemas Casas roídas (Rentaría Editores, 2005), y la unificación del sufrimiento que Niko ha hilvanado con cada verso: “Porque me comí tantos estudiantes pude / luego de postre a los mineros y pequeños comerciantes”.
La trascendencia de la poesía de Niko se muestra en el dolor y la agonía del alma. Así, nos dice en Casas roídas: “Saciar el hambre y la sed / tan duro es”, pero también tiene la entraña de un hijo de los caminos del campo y la rebeldía por ver el sol, que es la senda de la realidad, por eso nos dice, en su poema “Autobiografía de un inocente”, de En el país de Gargantúa (EPG): “Nací el 72 / cuando mi padre se subía a la loma / para observar ese raro color de amanecer / cuando junto al abuelo / lo dejaron en el corazón del Sepa / por mirar rebelde el Sol / solo por mirar hacia el Sol” (pág. 17).
En su poema “Carta abierta a la Bella Durmiente” (EPG) versifica la violencia de una “escuela de perrros.../ de donde también salen incluso / los que escriben fácil / la versión oficial de asesinatos” (pág. 21); pero también habla sobre el amor: “Tú me sonreíste sonrojada / Yo besé tus ojos / luego tus labios / así hasta contar los latidos de tu corazón / con la punta de mi lengua” (pág. 20).
“La casita de azul” (EPG) es un poema secuencial de historias: la historia de María y de Iván, nacidos en la pobreza, testigos de la muerte y víctimas de la violencia y la ignominia del poder mediático y dictatorial de gobiernos de turno. Pero sobre todo que tienen en abandono a niños inocente quienes deben dejar sus sueños y el juego para buscar el pan y el sustento diario.
En “Al abrigo del rondín” (EPG), nos muestra la forma cómo se asesinaba al menor sospechoso, incluyendo niños, ancianos y mujeres, en complicidad con la mentira y la justificación infausta militar: “luego de azotarlo con bazucas y avión artillado / y tanto moscardón zumba que te zumba / contó el agente solemnemente / 30 muertos muertitos incluidos niños y ancianos” (pág. 30).
Rodolfo Hinostroza, en su poema Juana de Arco (Poesía joven del Perú, Antología, Ediciones Zendal), versifica: “Es un siglo de gracia que sube a los aullidos de los / mal humorados y de los otros que mueren de balazo, / y otros que hallaron tanta vida que sólo gorgotearon / y luego se ahogaron en ella.” El siglo XX que ha golpeado los párpados y el pecho de los hombres. De igual manera, siglo que golpeó el latido inocente de los corazones de un pueblo y que ahora se evidencia en el sentimiento de los jóvenes, jóvenes con el leguaje y la flor de un siglo de incertidumbre popular. Niko le define así: “Las rejas frías amparan nuestros sueños / en espera de la fuga del nuevo siglo” (pág. 34).
En En el país de Gargantúa, existe la sinceridad del poeta, la iluminación por encontrar la libertad y la denuncia. Niko se convierte en el poeta del recuerdo espontáneo de una época donde circuló el abuso, la mentira, el genocidio y la venganza oscura y ciega contra un pueblo.
Niko nos describe una sociedad infestada de militares que con la excusa de acabar con la subversión, también asesinaban inocentes e intervenían universidades, como él mismo lo plantea en Autonomía en latín (EPG): “solo por ver cómo andan los hombres de abajo / Luego desde el cielo se observa a todos maoístas / y a ritmo de hélice se bombardea folletines contrasubversivos” (pág. 36).
En este silencio de balas y miedo, en su poema “¿Quién mató a Ayala?” (EPG), nos ilustra la vergonzosa participación de Mario Vargas Llosa en aquel asesinato de ocho valerosos periodistas, aunque el poeta usa el número siete: “llegaron 7 periodistas osados y aventureros / cada uno con sus ganas de contar al mundo / del paisaje social de la semiciudad perdida / Unos sinchis que hacían las veces de comuneros / dispararon 7 balitas para cada hombre entrometido… / Para llegar a un consenso convincente / un periodista laureado que a veces hacía de agente /…Han pasado 7 años y 77 meses / y el agente periodista continúa en sus andanza” (pág. 39).
Están presentes los microempresarios que “nunca disfrutan de la interacción del sudor y el pan / solo nos enteramos del agua fría en taza” (pág.42).
Están los torturadores y los que no disfrutan de la luz blanca del día, extirpados de la vida y de la felicidad “porque para amar también se necesita luz blanca…/ En carceleta electrocutan los testículos / al hombre que amó la vida y la luz” (pág. 43).
Niko es el poeta de la observación angustiosa de un niño que palpa en su corazón el miedo: “debajo de la mesa con su pan duro / mientras afuera el traqueteo de las botas / con soplidos de dragones /angustian incluso el corazón del portalanzallamas / de esos que para ganarse la vida / aprietan el arqueado gatillo metálico” (pág. 44).
El poemario EPG tiene varias partes. Las dos primeras, Caperucita en el país de Gargantúa y Estampas, se definen, se resumen y se logran en Huelgas. Este conjunto de poemas es, que si en las dos anteriores se calló o quedó inconcluso una idea, un “reclamo, antiguo y urgente”, como lo dice Miguel Ildefonso, o es la “armonía entre arte comprometido y el talento poético” como plantea Fernando Carrasco. Huelgas resume las tropelías de los agentes del Estado contra los obreros, estudiantes, campesinos, choferes, mototaxistas, ambulantes, docentes, municipales, pescadores, enfermeros, panaderos, periodistas y la ironía de sindicatos de policías, guardaespaldas y soldados, inconformes. Luego de ver esa lucha de los inconformes, el poeta sentencia: “no podré regar las flores junto a la rosa mayor” (pág. 59).
En la última parte, Elegía para Sandrita, se puede leer tres poemas en uno. Lo que está escrito en letra normal se inicia con la palabra dura de un soldado “Te callas o te callo para siempre” (pág. 63), luego va a sellar con la felicidad, la soledad y el encuentro con la mujer ideal o del ensueño. El segundo poema sería lo que está escrito en letra cursiva, poemas intensos de la noche y su cielo, que van contando historias inciertas de mujeres o para relatar la caída de los hombres de pico y lampa. Son poemas con mucha altura para denunciar los atropellos contra los derechos humanos. El tercer poema que se leería en conjunto son los versos espaciados entre los poemas anteriores. Cada construcción, si se desea, es el resumen de los versos escritos con diferente letra. Es la culminación de la muerte. Es la víctima de una bala dirigida contra la esperanza, la honestidad, la igualdad, la danza, los sueños, la dicha, la lucidez y el amor.
Para cerrar el poemario, Niko culmina con una metafórica Conclusión sobre la sociedad de las hormigas, sociedad de hombres que se arrebatan la felicidad a través de las armas y el poder.
La poesía de Niko, más que una sátira a la violencia política que vivió y vive nuestro país, es una muestra de valentía para denunciar al fracturado Estado que intimidó a todo un pueblo. Es la visión general del desorden y de la sospecha evidente de quienes verdaderamente fueron los jefes de la violencia. Con ello reabre la poesía social, el camino de la poesía joven del Perú, el camino de la esperanza y de la historia por defender la libertad, al hombre humillado y abandonado de este tiempo.
Niko Velita, con En el país de Gargantúa, se convierte en el poeta del reencuentro con nuestro pasado, con el encuentro con la justicia y con la marcha de una sociedad danzando al final de sus sueños.
Niko Velita Palacín es la reafirmación de la poesía social en el Perú.