La investigación no es una tarea. Es una actitud.


viernes, 24 de diciembre de 2010

La hipocresía del señor Vargas Llosa

Por Rafael Inocente

Alguien mencionó alguna vez que Arequipa había producido lo peor y lo mejor del Perú. Mencionaba ese alguien a Vladimiro Montesinos, Abimael Guzmán, Héctor Cornejo Chávez, Hernando de Soto y Mario Vargas Llosa, como ejemplos palmarios de su afirmación extremista. En 1996 Montesinos ya se había hecho del poder en complicidad con los militares y Kenya Fujimori. Abimael Guzmán, encerrado en las mazmorras de la Base Naval, se descamaba lentamente, y don Mario, huido a Europa, publicaba a sus 59 años —la misma edad que tenía Arguedas cuando se disparó un tiro en la Agraria— el libro que yo devoraba vorazmente. Una legislación antiterrorista, violatoria de todas las garantías del debido proceso, permanecía incólume, mientras los jueces sin rostro encerraban a miles de inocentes a través de una maquinaria atroz que concedía facultades extraordinarias a la policía en la fase de investigación y se juzgaba a civiles en cortes militares, con la más absoluta impunidad. Más de veinte mil peruanos de a pie, culpables e inocentes, sufrían cruel carcelería y sus derechos básicos eran vulnerados hasta la náusea por las condiciones de las mazmorras fujimontesinistas.
En este contexto leí ese híbrido llamado La Utopía Arcaica. ¿A qué se refiere el título del libro? ¿En qué consiste una utopía arcaica? Elaborada mediante el cruce de tres temas capitales —la vida de José María Arguedas, el análisis de su obra literaria y la historia del indigenismo peruano—, el libro es un alegato contra la vida y obra de José María Arguedas, partiendo de la premisa de que literatura y biografía son partes indisociables de un todo. A lo largo de sus páginas se respira un ambiente de degradación, bronca y encono. Según Vargas Llosa en la obra literaria de Arguedas existiría un anhelo de reivindicación prehispánica, proyecto irreal, que consistiría en el restablecimiento de un Perú antiguo, arcaico, colectivista, tradicional, rural y mágico-religioso. El gran tema es el mundo andino, que por sus características geográficas y culturales representaría una forma más profunda y auténtica de humanidad que los desiertos y valles costeros. El Perú aparece como una sociedad fragmentada, enfrentada, injusta, pícara pero sumisa, un rompecabezas mal hecho y estropeado. Ahora como en aquél 1996 me cuesta mucho comprender cómo una sociedad así, pueda seguir sobreviviendo. Quizá la violencia interna que vivimos en los últimos años sea un indicador de que tales contraposiciones sociales y culturales desembocan en graves conflictos, cuando no en sangrientas guerras fratricidas. Así, según Vargas Llosa, en la obra de Arguedas se vería expresada una fantasía histórica, según la cual el pueblo indígena creó en los Andes una civilización moralmente superior a la que trajeron los europeos y que sobreviviría en los indígenas de hoy. Siguiendo su razonamiento, la obra de Arguedas sería parte de una tendencia reaccionaria dentro de la corriente indigenista, con contenido notoriamente racista, parte de una “superchería audaz” del autor de inventarse una sierra y un Perú a la medida de sus fantasías.
Esto es, letras más, letras menos, lo que nos plantea Vargas Llosa frente al desgarrador panorama peruano. En el epílogo de su novela póstuma El Zorro de arriba y el Zorro de abajo, Arguedas inserta un texto titulado “No soy un aculturado”. Aquí expone su ideal de un Perú moderno y multicultural con matriz andina, muy lejos de una utopía indigenista reaccionaria como la ha presentado Vargas Llosa, premio Rockfeller 1988. En el planteamiento de Arguedas se hace presente la tensión entre el ideal de la modernidad por un lado, y el ideal de la diversidad cultural, por otro. Al leer las obras de Arguedas, sus artículos periodísticos, sus ensayos y cartas, vemos que lo que plantea el andahuaylino es una síntesis entre ambos proyectos opuestos. Para Vargas Llosa, por el contrario, modernizarse es abolir lo mágico y renunciar a las creencias y costumbres tradicionales. El camino a la modernidad, según las fanáticas posiciones ultraderechistas del arequipeño admirador de Margaret Tatcher, llegará a través del libre mercado, las elecciones libres y la alternancia de poderes.
Por eso no me ha asombrado la tosquedad ideológica del discurso Nobel de Mario Vargas Llosa ni el hipócrita besito en la mejilla a un Alan García que antes despreciaba, al mejor estilo de la Camorra napolitana. Su grosero llamado a la defensa de la democracia liberal, el pluralismo político, la tolerancia, los derechos humanos, las elecciones libres y toda esa monserga liberal que le ha convertido en portavoz de los malcriados del mundo. Para don Mario el asunto es de una claridad meridiana: modernidad o atraso, libre mercado o estado. Lo que olvida convenientemente el novelista arequipeño es que tal dicotomía en épocas de globoidiotización es falaz: el mercado compra estados, los corrompe, los coopta, los prostituye. El estado, una figura tradicionalmente irrelevante en las sociedades sudamericanas, ha sido absolutamente incapaz de cumplir con su principal función contemporánea, a saber, dotar de bienestar a los grupos desposeídos, pero sí ha servido para monopolizar el uso de la violencia y cobrar los impuestos. El mercado en un modelo económico excluyente e injusto como el que defiende Vargas con sus veinte uñas usurpa las funciones del estado para beneficio de las multinacionales, aquellas que portarían los estandartes del progreso y la modernidad, mitos caros de Varguitas, tan mortales como el nacionalismo que dice detestar con fervor anarquista.
Una tremenda ficción ha traficado Vargas Llosa en su discurso, ¡qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene identidad porque las tiene todas!, en medio de la algarabía de una Lima tan colonial como hace cuatrocientos años. Aclamado por la intelectualidad criollo-parasitaria y por el populacho feroz, aplaudido a rabiar por esa partida de huevones que son sus herederos literarios nativos, la palabra de don Mario es ley. Osar contradecir las ideas que ha soltado desde su particular Olimpo sueco, significa ganarse la condena a muerte en este mezquino y argollero mundo literario. Pero como lo que menos me interesa es convertirme en un escritor profesional —aquél tipo que diariamente se sienta frente a su escritorio y escribe novelas como quien va a la oficina— cojo la flor lanzada por don Mario y se lo espeto: no sea usted tan memo, señordón, menos aún cite a Borges para refrendar la falacia que pretende comerciar bajo el manto de un pretendido pluralismo. Ni en Argentina, un país cuyas tres cuartas partes de habitantes descienden directamente del hambre de Europa (o de los barcos como prefería decirlo Borges con filosa ironía), permitirían esa infeliz provocación al más majadero de sus escritores. Pretender que el Perú —un país fragmentado en donde domina una élite corrupta descendiente de encomenderos, un país cuyo componente poblacional indígena es tan sólo comparable al de Guatemala o Bolivia— no tiene identidad porque las tiene todas, es como querer tapar el sol con un dedo y negarse a ver lo evidente: tras quinientos años de invasión europea, evangelización, masacres y leyes ilegítimas, la sangre y la cultura indígenas están todavía vivas y resisten activamente a ruines, ladrones, asesinos y escritores profesionales. Pretender que en estas tierras en donde germinó y se desarrolló uno de los grandes focos culturales de la humanidad entera, merced a un solo tronco étnico, no hay identidad porque hay muchas, es como soltar la especie de que en Egipto no hay identidad porque un grupúsculo de alemanes e ingleses se asentó en tierras del Nilo. ¿O es que acaso nos tragamos el sapo de que por un puñadito de italianos, chinos o negros que los poderosos importaron para labores subalternas, tenemos la identidad de aquellos pueblos? La matriz cultural del país, la que nos otorga potencia y flexibilidad, aquí en la China o en la Cochinchina es la Andina, sin caer en chauvinismos ni en localismos excluyentes.
Como si esto fuera poco, don Mario se ha atrevido a arrogarse para sí y para los de su etnoclase el papel emancipador del indígena. Enorgullecido del arrojo de los tatarabuelos peninsulares que vinieron a invadir, violar y robar a estas tierras, ha tenido el descaro de eximir de su responsabilidad histórica a la Metrópoli en el saqueo y expoliación de las riquezas de Abya-Yala, las que sirvieron para edificar la prosperidad europea. Pareciera que el exilio, que más bien debería ser una prueba de fuego de toda identidad, a Vargas Llosa sólo le ha exacerbado el apego endogámico al clan materno. Si nos atenemos a quienes si han sufrido un verdadero exilio, éste no da, en rigor, ninguna identidad. Por el contrario, supone un desafío. Pone a prueba la identidad que uno trae. La cháchara de Vargas Llosa, los lugares comunes que ha repetido en su imprudente discurso, el insulto callejonero a pueblos sudamericanos (Cuba, Venezuela y Bolivia) que han elegido un camino diferente al de su utopía fanática, la obcecada defensa del imperio y la democracia liberal, ese “buen camino” que imponen los Bush y los bildelbergers a sangre y fuego, resulta a estas alturas intragable y pintan al novelista bipolar, peruano por accidente geográfico como se reputó él mismo, arruinado moralmente desde antes de la eyección del Informe Uchuraccay: sus ficciones son supuestamente libertarias, pero en la realidad patrocina un sistema económico basado en la injusticia y el robo. Si alguna vez Mario Vargas Llosa intentó explicar su itinerario ideológico-político como un tránsito de Sartre a Camus, hoy tamaña impertinencia cae por sí sola. Como afirma Miguel Gutiérrez, en un espectacular salto hacia atrás Mario Vargas Llosa ha caído en el lugar exacto dejado por Riva Agûero. Sí: la derecha peruana cuenta con MVLl con un Riva Agûero redivivo. Y por eso hay que combatirlo.

viernes, 3 de diciembre de 2010

ENTREVISTA A ENRIQUE ROSAS PARAVICINO

Por: Niko Velita

El gran señor es una novela que ha abordado la temática de la violencia política. Casi toda la historia se desarrolla en un santuario, en un ambiente religioso. Unos subversivos se infiltran ahí. El objetivo es aniquilar a sus enemigos y pasar desapercibidos bajo el disfraz de pabluchas y las explosiones de los cohetes. Sin embargo, los participantes de esa festividad, al darse cuenta de la presencia de ellos, los capturan y les entregan a las autoridades. Eso en una època contemporánea, porque además cuenta historias de la lucha por las tierras de épocas pasadas entre hacendados y campesinos; y la historia de Mateo Pumacahua, quien como fantasma expía sus culpas. De esta manera, Rosas Paravicino nos da a entender que la violencia no es de ahora: es de antaño. En la presente entrevista, que el autor ha concedido amablemente por vía internet, habla de la narrativa de la violencia política y de su novela.

La guerra interna ha dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es su testimonio con respecto a ello?


Igual que otros miles de peruanos fui testigo del cruento proceso de la guerra. Detenciones, torturas y asesinatos comenzaron a ensombrecer el panorama nacional a partir de la década del ochenta. El gobierno expidió la ley de la apología del terrorismo, con la que se acallaba la conciencia crítica de la ciudadanía. A pesar de ello, algunos escritores dimos a conocer temprano nuestros textos con relación a la violencia creciente. En 1986 Julio Ortega publicó “Adiós Ayacucho”, Luis Nieto Degregori al año siguiente, “Harta cerveza, harta bala”, yo publiqué en 1988 “Al filo del rayo”, Dante Castro ganó en 1987 el segundo puesto del Copé de cuento con “Ñakay pacha”. Tuvimos el coraje de jugarnos el pellejo en un período de abierta represión brutal. Nuestro testimonio queda en la palabra hecha denuncia e indignación, justo cuando aquel baño de sangre se tornaba incontrolable y las hienas rondaban en torno de los cadáveres.


Este asunto de la guerra interna, ¿cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?


La guerra interna ha marcado a fuego vivo nuestra cultura en las últimas décadas. Y como parte de ello, la creación literaria, más específicamente la novelística, por su condición de género totalizador refleja y procesa de varias maneras el ciclo violento que la sociedad peruana vivió a fines del siglo XX. Siempre un novelista aspira a comprender e interpretar su época. En ese afán, extrae la savia de su creación de la mata misma de los sucesos de su tiempo. Si la psiquis colectiva está tatuada de tragedia y dolor, es lógico que la novela peruana esté al nivel de ese estado de ánimo. Rosa Cuchillo, Abril rojo, La hora azul, Retablo, La niña de nuestros ojos, entre otras, son evidencias de que hay una nueva ruta avanzada en el género. Aunque ciertamente el número de novelas es mayor. Mark Cox anotaba que hasta el año 2008 había 68 novelas publicadas alrededor del conflicto bélico interno.


¿Qué autores cree que han trabajado mejor la temática de la guerra interna?


Aún es temprano para efectuar un balance definitivo, pero a título personal me quedo con los aportes de Oscar Colchado, Dante Castro Arrasco, Luis Nieto Degregori, Julio Ortega, Alonso Cueto, Miguel Arribasplata, Eduardo Huarag y Santiago Roncagliolo, entre otros.


¿Cómo han influido los sucesos de la guerra interna en su quehacer literario?

De manera abrupta y definitoria; particularmente las masacres de Accomarca, Uchuraccay, Lucanamarca y otros episodios similares que se dieron en los años ochenta. La sangrienta fuga de los presos del penal de Ayacucho es otro suceso que anuncia el cambio de rumbo de la guerra. En ese contexto, no tenía mayor sentido que un escritor de marcada sensibilidad social, haga lírica personal o abstracciones metafísicas. Había que acatar el ritmo duro de la época, procesar el dolor colectivo y, desde la instancia de la palabra, contribuir con la imaginación y el talento para que termine el desangre nacional, para darle un registro estético (de una estética cruel) al más grande genocidio que se dio en nuestra historia republicana. Sólo así nuestra palabra tendría valor ético, social y testimonial.


En su novela El gran señor los subversivos se infiltran en el santuario, entre la gente con fervor religioso, incluso asesinan ahí. Se profana lo sagrado. ¿Los subversivos son herejes desde esta perspectiva? ¿Se ha visto situaciones parecidas en la realidad?


Responderé a esta pregunta con un caso real. En mi calidad de peregrino de la festividad de Qoyllurit’i del Cusco, vi una vez que dos jóvenes danzaban indistintamente en las comparsas de bailarines de Ocongate y Paucartambo. Ambos eran alumnos míos en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. Los conocía desde hacía varios semestres como radicales activistas de la izquierda legal. Sin embargo, más adelante me enteré que ambos terminaron enrolándose en las filas de Sendero Luminoso. Aquí participarían de atentados sangrientos, con secuelas trágicas hasta la vez que la policía desbarató al comando sedicioso y capturó a sus componentes. Una tarde, los presentó a todos en conferencia de prensa y allí estaban los dos danzantes del santuario. Más que simples herejes, ambos habían derivado en militantes de un proyecto político que anunciaba barrer el sistema para, sobre sus escombros, construir otro tipo de sociedad. Este caso nos demuestra que, en los Andes, no hay mayor divorcio entre la práctica religiosa popular y la opción política violenta.


En varias novelas, los ronderos aparecen como delincuentes. Su personaje, el comandante Huaroto, no se libra de esta descripción.


La guerra interna también engendró hijos de una particular tipología moral. Tanto en el bando subversivo como entre las llamadas fuerzas del orden se dieron casos de individuos con un perfil psicológico que rayaba en la simple perpetración de delitos. Aquí es pertinente retrotraer la figura del denominado comandante Huayhuaco, un personaje de la vida real, vinculado al narcotráfico, dueño de un prontuario policial deleznable, pero que cuando su territorio se ve afectado por la presencia de los sediciosos, él se alía con el ejército y se convierte en un cabecilla antisubversivo importante. Lo paradójico es que el Estado que representa a la legalidad, termina asociándose con un jefe mafioso requisitoriado por el poder judicial. En mi novela El gran señor yo invento un personaje análogo: el Comandante Huaroto que viene a ser un Huayhuaco operando en la región sur, un sujeto sin bandera ni principios, capaz de cometer cualquier vesania, bajo el paraguas de su alianza con los militares. No sé si me salió bien, pero ahí está.


La historia oficial presenta a Mateo Pumacahua como un héroe. Usted no. Este personaje paga sus culpas en su condición de fantasma.


Pumacahua representa al sujeto histórico controvertido. En noviembre de 1780 el destino le dio la oportunidad de involucrarse en el proyecto político de Túpac Amaru (su par en términos de casta y autoridad), pero él prefirió unirse a los españoles, para combatir la sublevación de Túpac Amaru. Su actuación en aquella guerra fue decisiva para el triunfo de los realistas. Tres décadas después, ya sofocada la rebelión y luego de ocupar altos cargos burocráticos, Pumacahua siente que de nuevo la guerra toca su puerta. Esta vez son los criollos del Cusco que se han sublevado contra el rey de España. Le proponen la jefatura del ejército alzado y Pumacahua les acepta, acaso remordido por el genocidio que perpetró en el conflicto anterior. No calculó el tamaño de la nueva aventura. Tras una difícil campaña militar fue derrotado en la batalla de Umachiri y luego fusilado en la plaza de Sicuani, como traidor al rey. En la novela lo presento como un condenado (fantasma) que debe penar de los siglos por los siglos entre los picachos de los Andes. Sufre de un remordimiento profundo por sus actos en vida y sus recuerdos se focalizan en el Cusco, allí donde gozó del poder y la fortuna.


Con la presencia de Pumacahua y las luchas por la tierra que usted narra en su novela, ¿podemos decir que la violencia no se inicia en 1980, sino que nuestra historia está llena de eso?

En efecto, la violencia social tiene una data antigua en el Perú. Este es el país de las grandes sublevaciones y masacres. Partamos únicamente de la época colonial. Manco Inca en 1536 libra una guerra sangrienta en su afán de aniquilar a los usurpadores españoles. Juan Santos Atahualpa en 1742 levanta a las etnias amazónicas en contra del poder hispano instalado en Lima. Túpac Amaru, en 1781, libra la gesta libertaria más tenaz y heroica, con una secuela de 100 mil muertos. Si analizamos estos hechos y los comparamos con las sublevaciones indígenas de la era republicana, vamos a ver que el denominador común de todos es el mismo: la lucha por el derecho a la dignidad, la justicia, la cultura, la autodeterminación, la identidad y la tierra. A la luz de estos acontecimientos, la guerra de 1980 no es sino la prolongación de una historia, como la del Perú, que está escrita más por el lado del borrador que por la punta del lápiz. Ahora bien, tampoco la reciente derrota de Sendero Luminoso nos garantiza un futuro promisorio de paz y bienestar. Mientras continúe la situación de exclusión, pobreza, inequidad, corrupción e injusticia, siempre tendremos en el horizonte la probabilidad de un nuevo conflicto interno. Debemos aprender de la historia si ciertamente queremos construir un Estado/Nación que represente a todos.


Siete truenos, siete días, en que Isolda consigue liberar a Alberto, siete subversivos, siete pabluchas. ¿Alguna simbología?


Sí; un intento de elaborar una cábala andina, similar a la cábala judía donde el número clave es el tres.


Finalmente ¿qué proyectos tiene como escritor?


Varios. Siempre en el género narrativo y con temas que tienen que ver con los procesos sociales e históricos del país. Por ahora no quisiera puntualizar sobre algún proyecto en especial. Primero que nazca la criatura para luego especificar los pormenores de su existencia. Gracias.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Paolo Astorga en la era digital

Paolo Astorga es un poeta que ha tomado por asalto la era digital para hacer poesía: dirige la revista digital Remolinos, que anda cerca al número 50, tiene dos libros digitales publicados y este año ha sorprendido a los amantes de la literatura con el poemario (en audio y papel) De Chosica a Lima y una revista en audio, Voz Efímera.

De Chosica a Lima

El trabajo de Astorga en este poemario es la búsqueda de otros formatos para la expresión poética. No se queda solo en el papel. Se adapta ante las nuevas circunstancias y nos da la posibilidad de poder conectarnos con la poesía a través de formatos nuevos. Así, sus poemas puedes bajarlo a la computadora, al mp3, al celular y escucharlo en cualquier espacio donde más te plazca.

Viajar de Chosica a Lima todos los días resulta francamente estresante. Son cuatro horas de ida y de vuelta. Cuatro horas de viaje, en el cual puedes aburrirte mirando las caras también aburridas de los otros pasajeros o dormirte durante todo el viaje o leerte un buen libro al ritmo de las sacudidas de la combi asesina o escribir poesía al ritmo de las canciones según el disyóquey que hace de chofer. Y esto último es lo que hace Paolo Astorga. Por lo menos, eso es lo que nos hace creer él con el título de su poemario De Chosica a Lima, un poemario hecho en dos versiones: uno, en papel; y otro, en audio. Así tenemos otras posibilidades para el viaje: leer o escuchar la poesía de Astorga o ambas cosas: leer y escuchar. Luego los viajeros pueden recrear la imaginería de Paolo in situ. Esa imaginería que nos hace viajar por el “puente hacia Chosica que excita a los ateos” (13) o detenernos “en Lima, puerta sudorosa, música en combi desagarrada por la inclemencia que quiebra las manos iluminadas de una niña jugando a la pelota” (06). Pero no solo se queda en la descripción de estas dos ciudades unidas por la Carretera Central, sino que además monologa sobre la vida: “Somos un enjambre de bichos raros tratando de saber qué es tener vergüenza” (06) y del disfrute de la misma aunque sea en condiciones duras: “encuentro un extraño placer el caminar herido por las calles mostrando mis llagas a flor de piel” (16). Sentir el dolor le hace saber que está vivo. Y el ser vivo que pregunta y responde se eleva a lo humano: “escribo que soy más humano” (11). El ser humano que habita entre las dos ciudades, Lima y Chosica, es quien habla a través de este poemario.

Voz Efímera 1

Esta revista de poesía en audio es otra publicación de Paolo, donde ha antologado a varios poetas en sus propias voces y, a otros, en la voz de él mismo. Poetas como Enrique Verástegui, Gustavo Armijos, Raúl Heraud, Johnny Barbieri desfilan en Voz Efímera. Antología de lo más genuino que ha sorprende por el formato, pero que seguramente se hará una constante su uso, dado que el papel ya no es el único soporte para la conservación de las ideas. Se espera nuevas entregas de esta revista y ¡Éxitos!

viernes, 13 de agosto de 2010

Entrevista a Rafael Hidalgo: A propósito de Estación 32

Por: Niko Velita

En la década del 90, se fundó Estación 32, grupo poético en el que participaste. ¿Qué significa el nombre Estación 32? ¿Cómo fue su gestación? ¿Quiénes lo conformaron?

A finales de los años 80, ingresamos a la universidad un grupo de jóvenes con diversas inquietudes: artísticas, ideológicas o políticas, y también de cuestionamiento ante un sistema devastador. Nos mandaron a un saloncito en maestranza, que nos mataba de calor y de tierra. Así que tomamos por asalto el baño de la facultad. Hicimos nuestro salón ahí. Imagínate: preferimos el baño que estar en la otra aula; y de ese baño, salió tres grupos: Víctor Mazzi, Faz de Evas y Estación 32.
Recordemos que vivíamos una época muy intensa socialmente y la universidad era el reflejo de esa realidad. Entonces, en cierta forma, el proceso de creación tuvo un germen muy propicio para que se manifestara en sus distintas formas. Unos decidieron hacer poesía, otros hacer relatos o cuentos, también hubo quienes optaron por expresiones plásticas y otros que fueron mucho más allá del proceso creativo. Algunos teníamos algo en común y ese era el interés por la literatura, pero no había realmente una presencia literaria importante en la universidad, así que decidimos difundirla y crearla. Surgió la idea de hacer un recital de poesía (Fue el primer recital interuniversitario de los 90), y además, invitar a narradores y poetas (Fueron más de 50 los que nos visitaron). Para estas dos actividades, había la necesidad de una organización conjunta. Es así que nos reunimos un grupo de amigos: José Aguirre, Jesús Buitrón y yo creamos Estación 32 para darle mayor oficialidad a las invitaciones que íbamos a realizar. Luego se sumó otros integrantes como Enrique Palma, Miguel Velásquez, Fernando Rado, Víctor Zavala, July Tinoco, Jorge Quinto, Martín Taboada, Giovanna Ibarra; poetas de otras universidades como Ángel Berdejo, José Gal’lino, Nelson Regalado, entre otros. Una mención aparte es que consideramos como un integrante muy especial a Chacho Martínez, quien se identificó mucho con lo que hacíamos y se decía un miembro más del grupo.
Ahora, el nombre surgió casi accidentalmente cuando hacíamos un taller de poesía en mi casa. Frente a ella había una pared enorme que decía: “POHIBIDO ESTACIONARSE”. Era la época de los coches bomba y frente a mi casa había un laboratorio alemán. Así que, cuando salíamos del taller por la puerta pequeña del garaje, había que agacharse y, al levantar la cabeza, nos encontrábamos con una visión frente a nosotros: leíamos solo “ESTACION”. Esa palabra se nos quedó fijada a todos. Lo demás cayó por su propio peso. Encontramos una relación a ello con la estación ferroviaria de Chosica y la altura aproximada en la que se ubica La Cantuta, el km 32, que se convertiría en el centro de nuestras operaciones.

Dices que “vivíamos una época muy intensa socialmente”. Te refieres a la guerra interna. ¿Cómo influye este aspecto en la producción de ustedes y en los recitales? Eran épocas en que ser de La Cantuta equivalía a ser sospechoso por subversión.

Efectivamente fue una época muy “explosiva” en todo el sentido de la palabra y lo teníamos frente a nosotros. Tal vez eso intensificó nuestro proceso creativo. Creó una nueva sensibilidad y conciencia social en cada uno de nosotros. Ahora, claro, ser de La Cantuta era una complicación muy grande, pero también una gran responsabilidad. Cuando íbamos a algunas universidades particulares, sentíamos que se nos veía de ese modo, pero ahí estuvimos. Aunque también sirvió para desterrar esa idea, ya que se dieron cuenta que en La Cantuta había poesía y merecía considerarse. En cierta forma, iniciamos el camino que la universidad no había tenido: tomarse como un lugar donde había procesos creativos importantes. Leímos en todas las universidades y en cuanto recital se organizaba. Siempre nos invitaban. Y decidimos invitar a los otros grupos que había en La Cantuta. Servimos de nexo para otros poetas, por ejemplo Raúl Jurado, hoy profesor de la universidad, también hizo varias lecturas con nosotros, entre otros.
Como anécdota, recuerdo una lectura en San Marcos. Mientras se hacía un recital, afuera explotaron petardos. Sentimos que el ser de La Cantuta nos podía traer complicaciones, dado que los soldados empezaron a rodear la universidad. Entonces, salimos por la parte posterior con el carné universitario entre las medias. Los otros poetas se quedaron dentro. Ellos tal vez no tenían nada que perder. Nosotros creíamos que, si nos quedábamos, perdíamos.

Eran épocas de plaquetas y recitales. Ustedes no llegaron a publicar libros. ¿Por qué?

Es verdad, eran épocas de publicaciones cortas, mucho más factibles para poder difundirlas dentro de la universidad. Hacíamos plaquetas para financiar los recitales poéticos o la llegada de los invitados. En realidad, nuestras aspiraciones eran inmediatas, por ejemplo, organizar eventos y difundirlos. Nuestras necesidades también eran inmediatas. Se vivían tiempos muy duros. No había lugar para las pretensiones personales. No pensábamos en posteridad. No había esa necesidad -válida, por cierto- que tienen algunos de inmortalizarse o publicitarse. Lo nuestro no iba por ese camino. Quizás también podría interpretarse que estábamos en un hallazgo y que seguramente no nos encontrábamos. En esa búsqueda nos perdimos más (risas). Luego cada uno acabó lo suyo y nos fuimos alejando. Es la vida, ¿no? Las preocupaciones personales fueron haciéndose otras. En la actualidad, he visto la universidad, con una gran alegría, que hay muchas publicaciones y también grupos. Eso me parece fenomenal. Bacán que haya ese tipo de cosas.

¿Cuál fue la relación de Estación 32 con Neón y Noble Caterva?

Fue una relación muy amical. En cierta forma los habíamos reunido por primera vez en un recital que denominamos Tres Horas de Poesía. Imagínate, debe sonar muy aburrido; pero fue extraordinario, con auditorio lleno, en abril, por el mes de las letras. Luego, ellos nos invitaron a sus universidades. Se armó la cadena de recitales, tanto en las nacionales como en las particulares. Ahí sucedieron hechos anecdóticos. El ser de La Cantuta, en esos tiempos tenía una connotación muy pesada que se cargaba, y la llevamos y enfrentamos sin ningún temor. Hoy en día con Neón y Noble Caterva seguimos en un contacto estrecho y muy fraternal.

Después de casi 20 años hay un relanzamiento de Estación 32. ¿Qué les motivó a hacerlo?

No me atrevería a llamarlo relanzamiento. No lo veo así particularmente. Solo que se han generado algunas condiciones que nos han vuelto a juntar: trabajar en el mismo medio, en cierta forma te vuelve a reunir y ello ha sucedido; también la pérdida de algunos amigos muy queridos como Chacho Martínez y Pepe Gal’lino, que ya no están más. Estos sucesos nos ha hecho mirar nuevamente atrás y una forma de recordarlos es seguir creando poesía o lo que fuese.

Estamos en otro contexto, por ejemplo, ahora están haciendo uso del blog.

Definitivamente el uso de la tecnología, como internet, nos permite algo muy importante para nosotros como para cualquiera: poder comunicarnos, saber qué estamos haciendo, ya que algunos integrantes están fuera del país. Entonces, se nos ocurrió la idea de hacer el blog y poner nuestros textos, sin mayor pretensión que difundir lo que hacemos para quien quiera verlas: ahí están.

Tengo entendido que van a publicar.

Siempre se nos reclamó eso, que no habíamos publicado nada. Ello es una verdad a medias. Vuelvo un poco a la primera pregunta. Te decía que surgimos por necesidad de hacer más vida literaria en La Cantuta (organizar charlas, recitales, conferencias, presentar cine, etc. que no había en la universidad). Nuestros orígenes se remontan a eso, muy modesto, porque creemos que el trabajo poético es personal y no grupal. Por esa razón publicamos lo que en ese tiempo estuvo a nuestro alcance. Hicimos plaquetas personales para autofinanciarnos. Ahora, a través de la web vemos nuevamente nuestros poemas y podemos compartirlos. Tal vez sea el tiempo de publicarlos y pagar “la deuda” que seguramente tenemos.

sábado, 7 de agosto de 2010

En el país de Gargantua


Por: Paolo Astorga

“Y qué hacemos / para librarnos de los seres de cuatro patas / que simulan andar en dos pies”; con estos primeros versos cargados de irónico desaliento aparece como furibundo canto de protesta el poemario En el pais de Gargantua (Editorial Arteidea, 2010) del poeta peruano Niko Velita Palacin (Pasco, 1972), es aquí donde la poesía toma un boleto de retorno a la memoria colectiva del pasado, de los años de marcada violencia armada que el Perú sufrió en las dos décadas anteriores. Poesía que se enquista en nuestros ojos como ladridos de perros que se confunden entre tiernos huaynos de nostalgia, entre tabúes y alienación, ironía y compromiso; es pues este libro, un nuevo contemplar de esa herida interior que no deja de pudrirse, que no deja de latir su enigmático gemido en pos de justicia. Es pues este poemario un largo canto contra el inmenso Gargantúa que no deja de tragarse el país, de violarlo hasta que sangre en su totalidad, de hacer lo que sea, con tal de nunca acabar su inconmensurable orgía del poder:
Nací el 72
cuando no se multiplicaban los panes
tampoco los peces dorados
Que la Aritmética ahora tampoco
multiplica ni suma
pero susurra al viento su canto
Unos a otros se matan sin compasión
Mamacha de las Mercedes qué es lo que pasa aquí
Debajito de su poncho cerquita del corazón
Abrigaba su charango como abrigando el amor

Los poemas de Niko son certeros, sin más máscaras que se propia y cruda desnudez. Es que el poeta busca más que un mero disfrute estético, entregarnos su visión de los años de violencia y dictadura que el país vivió. Él a través de su viaje exploratorio y censor, encuentra seres comunes: muertos, desaparecidos, militares asesinos, injusticia, un gobierno corrupto hasta los tuétanos, y sobre todo la estúpida ironía de saberse desprotegido ante esos Gargantúas que nos desmiembra de a poquitos disfrutando nuestro dolor, nuestra miseria, nuestra jactanciosa inanición. Para muestra observemos un fragmento del poema Intocables, que es una directa alusión a la matanza en los penales dentro del desastroso primer gobierno de Alan García:
Casi todos sabemos sabelotodos
que hubo además un pelotón el 86
que andaba de casa en casa
con su mortandad en manos
A nadie se le ocurre que fuesen inmortales
pero sí intocables y directamente de Palacio
Unos dicen por la democracia herida
Herida en las calles a falta de pan y sal
Otros porque el presidente furibundo
tenía 86% de oposición en diputados
o será que una multitud de 86 mil andaba en huelga
Ahí está Jorge boca abajo más otros 86 reclusos
con su bala en la nuca y salida entre los ojos
Es obvio, este libro no habla de flores, de amores que se frustran en un solo verano, de mariposas arcanas, o bellas muchachitas en su edad de flor perfecta. Este es un libro para hacer de la pólvora y la violencia, un auxilio para las memorias dormidas, para las opiniones tránsfugas, para aprender de ese pasado nefasto que aún llevamos en el lomo y que nos arde, nos llama, nos alienta, nos deshabita, nos cunde en pánico al volver a esos días donde pagaban los inocentes, los que siempre tienen las de perder:
Esto es lo misterioso en la trampa
Que apretuja nuestros corazones
sin explicación posible por la amorología
En carceleta electrocutan los testículos
al hombre que amó la vida y la luz
El agente verdugo garantiza su infertilidad
Que no se proliferen los hombres soberbios
sino los cabizbajos y tristones
Un agente sabueso ladra fuerte
para atemorizar a la esposa
que ya no tendrá hijos ni nietos
a quienes abrigar con el abrazo
en los días de invierno
Y al final en la última sección de este libro el poeta recuerda con ternura y a la vez resentimiento, nostalgia, rabia que causa la frustración ante la injusta muerte de un ser amado, un ser que en medio de las inconsecuencias y aberraciones, aparece cristalino, límpido, sin embargo lo que el poeta nos muestra en su Elegía para Sandrita es un canto desgarrado, tocado por la violencia y la desolación que acrecientan la denuncia ante la obscenidad, ante ese absurdo que es una patria de ratas donde solo se gesta la traición y la venganza atravesadas de irracional ironía:
Por eso
un día domingo por la tarde
luego del almuerzo
las quise aplastar una a una con el pie derecho
a las más grandes
sin saber que eran durísimas
pero como yo era tan igual de terco
fui a casa por un martillo
La noche me cogió
en ese quehacer interminable
entonces cansado regresé a casa
y con el martillo a escondidas
porque mamá decía
que esos bichos
al igual que los sátrapas del siglo 20
también eran hijos de Dios
Es pues En el país de Gargantúa, un libro plagado por la denuncia y la ironía de saberse testigo de la violencia en un país que ha olvidado sus heridas hasta hacerlas pudrir. Niko Velita, intenta en este largo canto en pos de la libertad, expresarnos una visión que supera la mera politiquería. Él nos muestra en suma, las ansias por la paz, el anhelo por la solidaridad y la purificación de este país jodido por sus cuatro costados.

Tomado de:
http://revistaremolinos.blogspot.com/

domingo, 25 de julio de 2010

Testimonio de Oscar Colchado sobre Rosa Cuchillo

(…) Quisiera darles un breve testimonio de cómo escribí este libro. Tal vez para que tengan una idea de cómo un autor escribe sus textos, escribe sus novelas, elabora sus ficciones. La génesis de esta novela podría yo citarles por los años 70 más o menos, cuando yo era un joven profesor que estaba incursionando en la literatura. Fue ahí, recuerdo que compré el libro Pedro Páramo en la librería de Juan Mejía Baca. Quedé maravillado por el libro. Dije, como había dicho García Márquez cuando leyó la Metamorfosis de Kafka, ¡Ah carajo, así también se escribe! Yo, si bien es cierto, había leído sobre el mundo sobrenatural, el pasaje al más allá en Dante. Había leído Luciano de Samosata, un griego que tiene un libro que se llama Diálogos sobre los muertos. Había leído también a Virgilio. Para mí era eso, que habían hecho escritores de esos tiempos, pero al leer Pedro Páramo pude ver que también se podía hacer una divina comedia en estos tiempos. Fue así como analicé, estudié. Con el tiempo fue mi libro de cabecera: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Solo quiero observar una cosa, que Rulfo, en realidad, a pesar de que situaba la novela en las sierras mejicanas sin embargo los personajes eran muy mestizos. No eran los indígenas mejicanos los que aparecían poblando ese mundo de almas en pena. Ese mundo sobrenatural que (…) Encontré mucho imaginario occidental. Como, por ejemplo, la parte donde se enfoca a dos hermanos desnudos que conviven como marido y mujer, que bien nos hacen pensar en Adán y Eva. Entonces yo dije, siendo él de ascendencia nativa, de padres campesinos pudo de repente hurgar en nuestras raíces latinoamericanas, sondear más al indio, ver su pensamiento mítico, cómo fue su pensamiento sobrenatural de los antiguos aztecas. Entonces pensé que en Perú yo podía hacer eso o qué podía hacer… Sencillamente porque yo devenía de una familia de campesinos. Vivé en un mundo realmente andino, andino. El callejón de Conchucos. Ese lugar poblado de abismo, nevados, precipicios insondables. Ahí había pasado mi infancia. Había escuchado historias que aún nos hacían entender cómo había sido el pensamiento de los antiguos chavín, o de repente de los antiguos paracas, o de los nazcas. Eso lo entendí claramente en los años 80 más o menos. Dianita, la hermana de mi madre, a quien dedico mi novela, me contó un sueño revelador. Ella de pronto se encontraba en el cruce de dos caminos. Al lado izquierdo se proyectaba un camino ancho orillado de flores y más allá se veía una catarata, un chorro, decía Dianita, un chorro que se desprendía de la peña (…) El camino ancho, un poco que bajaba; y el camino delgadito, un camino de cabra, decía ella, se perdía entre los montecitos, pero ese caminito también tengo ganas de seguirlo, decía ella, porque aparte que me invitaba a seguir por un sendero tan sencillo, sin embargo, podía haber allí una casa donde podrían darme una indicación hacia dónde debería seguir. Ella también como Dante que se encontraba perdido en esa selva, ella también se encontraba perdida en esos dos caminos. No sabía para dónde seguir ni para dónde quedaba su pueblo. Entonces, decía ella, yo me decidí por el camino ancho, pero no porque era ancho con flores, creciendo en sus orillas, sino porque a lo lejos yo veía un chorro de agua, y la sed que yo llevaba era una sed pero fuerte, algo que yo no podía aguantar. Entonces fue por eso que yo me decidí seguir por camino ancho, sin embargo, cuando llegué a la altura, donde yo pensaba encontrar las aguas de la catarata, me di con la gran decepción de que estaba al otro lado de un barranco, de un barranco insondable que yo no podía cruzar. Entonces tuve nomás que continuar mi camino. Continúe mi camino y me encontré con un hombre, un hombre que venía en sentido contrario, un arriero que venía arriando unas mulas, y que me dijo, señora, cuidado, no vaya a pisar ahí en la yerba, ¿no ve una culebra? Y efectivamente, di un salto y me salvé de la mordedura de una víbora. Señora, me dijo, ¿puedo ayudarle? Entonces, le dije que yo estaba perdida. ¡Qué lástima!, señora, me dijo, usted no puede regresar, porque, quien entra por este camino ancho, ya jamás regresa, y si usted intenta volver, quedará convertida en piedra, quedará convertida en cactus o en zarzamora, en alguna planta. Entonces, me dijo, vamos por este camino, pero yo le ayudaré a cruzar más allá, porque más allá hay dos ríos, y el señor dejó sus las mulas y me acompañó, decía mi tía, hasta cierta parte, donde efectivamente encontramos un río de aguas rojizas, un río de sangre. Mira señora, decía mi tía, estas aguas es la sangre de las madres que vienen a dar nacimiento de sus hijos. Entonces me ayudó a cruzar y yo avancé un poco más, y encontramos un río de aguas límpidas, y me dijo, este río, señora, traen las lágrimas de las madres que lloran por sus hijos. Más allá había otro río, en la que el señor le ayudó a cruzar y fue allí donde ella, continuó contándome, que llegó al limbo, donde se encontraba su hijo que murió, pequeñito, y más allá un río de candela, decía, ese río de candela (…) Si yo quiero, yo pudiera ser solamente el río Marañón, porque el río Marañón atravesaba esas tierras y entonces el río Marañón, decía, que más allá cuando se perdía en las montañas, se volvía un río subterráneo y se convertía en un río de candela. Eso decía allá la gente, los demás pobladores de ese pueblo pequeño donde yo viví, que se llamaba Huayllabamba. Hasta ahí me contó tía Anita, y esa fue la clave para yo poder interesarme más en hurgar cómo fue el mundo que pensaban los incas, los nazcas, los paracas, el señor de Sipán. Sobre ese lugar al que después de vivos, nosotros nos vamos. En todas las culturas se dice que hay un mundo sobrenatural y casi todas las culturas coinciden. No es que Dante haya sido el que inventó el paraíso, el cielo y todas esas instancias del mundo donde se dirigen las almas. Dante había utilizado ya toda la mitología griega que hablaba sobre su mundo y, también, si nosotros buscamos en otras mitologías, en la mitología egipcia, en la mitología china, se habla sobre esos mundos sobrenaturales. Entonces todas las culturas coinciden en lo mismo. Y yo decidí hacer, desde el punto de vista andino, esa historia, averiguando un poco más cuando yo trabajaba ya en Lima. Porque yo trabajaba antes como profesor en Chimbote, luego me trasladé a Lima. Y tuve la suerte o la mala suerte, no sé, de que mi trabajo saliera en el Agustino, un lugar poblado en realidad, de ese entonces por los años 80, de delincuentes, de terroristas, de gente de mal vivir y también de gente muy buena, muy noble. Muchos de ellos, muchos de los hijos de esa gente, que había venido desde el Apurímac, había venido desde Huancavelica, desde Huancayo, desde el Cuzco, confluyeron en ese lugar que era el Agustino. Tuve la suerte de trabajar allí. Al comienzo, un poco que me decepcioné, porque yo quería que me toque en el centro de Lima (…). En realidad, el Agustino era muy peligroso. Tuve la suerte, porque, gracias a mi estancia como profesor en ese lugar, he logrado escribir dos novelas: una, que es Cholito en la ciudad del río hablador y, otra, es el material que yo recogí también para Rosa Cuchillo. Y ¿cómo es que yo recogí material para Rosa Cuchillo en la Lima? Lima, en la costa misma. Sencillamente, como yo sabía que todos mis alumnitos venían del sur peruano o la parte este; yo, pensando ya en la novela, decidí hurgar cómo pensaban sus padres, sus vecinos y sus abuelos sobre el mundo del más allá. Entonces hice una encuesta. Les di a todos para que averiguaran, que hagan una entrevista a sus padres, a sus vecinos o a sus abuelos, que les contaran qué pensaban que había en el más allá, por ejemplo, la historia del perrito guía, de aquel que, cuando uno se muere, lo guía a uno al más allá. Eso ya me habían contado en los Andes. Me habían dicho, si una persona quiere que después de muerto lo guíe hacia el Gran Gapaj, el Gran Gápaj es Dios, el dios Wiracoha, si alguna persona desee que en el más allá alguien le guíe y no se piedra por los caminos y se vuelve un alma en pena o no se pierda en el Uco Pacha, el infierno indio, entonces tiene que criar en vida un perrito negro. Es así que mucha gente criaba su perrito negro, porque pensaban que cuando se muera ese perrito les guiaría. Cuando hice esa entrevista a estos chicos, leía muchas versiones de ese perrito negro. Efectivamente, las personas se morían y su alma se encontraba, de pronto, con su perrito que le estaba esperando en algún lugar del camino de la vida, y le ayudaba a cruzar los peligros que se le presentaban, porque no faltaban los demonios que intentaban llevarse al alma hacia el Uco Pacha, el infierno indio. Este perrito no solamente les acompañaba en la Tierra, sino que lo ayudaba a subir hacia el cielo y lo ayudaba a cruzar el río Jordán, el río indio, Jornán porque la palabra ya estaba occidentalizada, pero, en realidad, el río indio era la Vía Láctea, y para cruzar la Vía Láctea, tenía que valerse del perrito, abrazarse del perrito, y el perrito nadando lo hacía cruzar al otro lado donde estaba el paraíso. ¿Quiénes vivían en el paraíso indio? En el paraíso indio, vivían los poetas y los músicos solamente, o las personas dedicadas al arte, y ahí estaba el gran Wiracocha, dios. ¿Pero había un paraíso para las otras personas, para los que no había nacidos artistas, pero que fueron buenos y merecían un lugar mejor? Sí. Había también un paraíso. Era Auquimarca. Y Auquimarca estaba en la Tierra. Estaba en el interior de los cerros. Y cuando yo era niño, a veces, me decían, ¿escuchas esa música, esa fiesta que hay en interior de cerro? Y yo paraba las orejas. Y efectivamente se escuchaba esa música como que un (…) tocara su tinya y (…) se escuchaba huajidos. Huajidos son gritos indios cuando están muy alegres. Cuando el indio está muy alegre dice huaaajiii. Es un grito guerrero pero de alegría. Se escuchaban cosas así y es que ahí era el cielo indio. Porque las almas de la personas buenas se iban al interior de los cerros. Pero ¿cómo era el interior de los cerros? En el interior de los cerros era lindísimo. Para los que habían sido agricultores, tenían enormes extensiones para hacer sus chacras. Las sementeras daban unos frutos enormes, grandes, unos choclos que reventaban. Para los que habían sido alfareros, encontraban el mejor barro para hacer su artesanía. Para los que habían sido ganaderos, sus ganados abundaban tanto que poblaban las montañas, que cubrían las montañas. Ellos vivían en constantes fiestas. Hacían pachamancas y danzaban. Eso va también en Rosa Cuchillo. Esas cosas las averigüé después, de muchas formas, como por ejemplo, cuando mi prima Nicolasa Lucio me hablaba de visitar Chullas. Chullas es un pueblo que queda en Pomabamba. Nosotros vivíamos en la parte cerca de Sihuas. Y de sihuas hacia esa parte de Pomabamba, había casi un día a pie. Entonces ella decía que, para salvarse, uno tenía que visitar cuando menos una vez en la vida, ir en peregrinación hacia Chullas, como seguramente viajaban también, antiguamente, hacia el centro ceremonial de Chavín, de los diferentes lugares del país viajaban hacia Chavín, en peregrinación. En esos tiempos había la peregrinación hacia Chullas. ¿Y qué había en Chullas? En Chullas había tres piedras grandes, Taita Rumi. Y había que llegar a ese lugar. Las mujeres se sacaban su rebozo y los hombres su poncho y envolvían la piedra y hacían el ademán de cargarlo y decían, “Cargo esta piedra por el dios Cóndor”, el dios del Janan Pacha, del cielo indio. Después iban a la otra piedra, envolvían con su poncho, con su rebozo y hacían la intención de cargarla y decían, “Cargo esta piedra por el taita Puma”, el dios del Kay Pacha, el mundo de la Tierra, el mundo de acá. Después decían, “Cargo esta piedra por el dios Serpiente”. El dios Serpiente era el dios del interior de la tierra, el Uco Pacha. Entonces, cuando se hacía eso, empezaba una fiesta. Había que bailar toda una noche sin parar, luego había que volverse a su pueblo. Habían cumplido con la obligación de todas las personas, porque, cuando se morían, inmediatamente viajaban hacia el cielo indio, pero, si no habían hecho, se quedaban vagando como almas en pena. Eso fue en tiempos antiquísimos. Pero ya después llegó la religión cristiana y entones dijo “estos son ídolos, este es pensamiento pagano, y ya no más los tres dioses: el Puma, el Cóndor y la Serpiente”. Los tres representaban al dios Wiracocha, que se encontraban inscritos en la piedra, el lanzón de Chavín de Huántar. Es así como los curas dijeron que no, “esas tres figuras que aparecen acá van a ser la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo”. Y levantaron una iglesia ahí. Posteriormente, cuando las nuevas generaciones, viajaban ya iban a adorar la Santísima Trinidad, y también había fiestas en Chullas. Eso era lo que contaba mi prima Nicolasa Lucio y que yo puse en la novela. Así he averiguado muchas cosas, que no podría decirles todas. Hay tanto que decir. También los mitos de Arguedas que ha estudiado Víctor con mucha (…). Él ha descubierto algunos secretos de la novela, como la parte del condenado. Eso aparece en el mito de Arguedas, pero está trabajado en otro momento, trasladado a otra época. Y tendría que contarles más cosas, pero el tiempo es corto, no voy a ahondar, pero esta es la parte mítica. Esta es la parte del mundo sobrenatural del mundo andino. Yo recuerdo cuando viajé a Sipán y vi al señor de Sipán en su propia tumba. Al pie había unos perros. ¿Para qué eran esos perros? Para guiar al señor de Sipán. Eso se ha encontrado también en otras culturas. Pero para contarles la otra parte, que es la parte de Sendero. Ustedes dirán pero cómo investigaste tanto sobre Sendero Luminoso en una época tan difícil, donde Sendero era una organización muy cerrada. La policía pasó muchos años para que descubriera cómo accionaba Sendero Luminoso, cómo estaban distribuidos sus cuadros (…) No se les podía capturar fácilmente. ¿Cómo funcionaba todo eso? Durante muchos años fue todo una incógnita. Bueno, mi experiencia en el Agustino me valió también. Cuando recién llegué a trabajar, habían capturado a una chica senderista, que vivía a dos cuadras del colegio. Sus hermanos y sus primos estudiaban en el colegio donde yo trabajaba. Me contaron muchas cosas, de cómo esta chica entró a militar a Sendero Luminoso, cómo fue que la captaron, cómo fue su accionar y cómo fue que lo capturaron. Después viajé a Ayacucho, en dos oportunidades. Me invitaron para un congreso de literatura infantil y juvenil, y yo aproveché para entrevistar, para reconocer algunos lugares, como por ejemplo, la cárcel de Huamanga, donde tiene lugar una balacera entre senderistas y policías, que aparece también en la novela. Cosas así. Muchas cosas que me contaron algunos que eran familia de senderistas, que estaban fugados o presos. Aunque había mucho hermetismo, sin embargo, uno podía captar. Y aparte, otras fuentes como los periódicos, revistas, la televisión. Todo eso constituye material para el escritor, y el libro también. Salió el libro de Gorriti, Sendero se llama. Salió el libro de Carlos Iván Degregori. Y poco a poco, la bibliografía senderista se fue ampliando. Con todos esos materiales yo fui ideando la novela. Pienso que el personaje Livorio debe ser ese personaje que yo leí en la revista Caretas, de un joven campesino en un pueblo de (…), de la Libertad. Sendero se lo llevó a la fuerza cuando él estaba trabajando en su parcelita. Pienso que eso me dio la idea del personaje Livorio que aparece aquí, como protagonista de la parte de Sendero Luminoso… Para terminar… (agradecimientos). Muchas gracias.
NOTA: Este testimonio fue grabado en la Feria de Libro Ricardo Palma del 2009

martes, 6 de julio de 2010

En el país de Gargantúa: reafirmación de la poesía social

“Hemos caminado tanto para regresar la mirada”

Por: ROGER GARCÍA CLAVO

A partir de los años ochenta, la inseguridad, el miedo, el vejamen político y el atentado de la libertad se convirtió en lo cotidiano para el pueblo peruano. Ante tal situación nos preguntamos: ¿cuánto se fortaleció la democracia con la guerra interna? Para la clase dominante, mucho, porque la democracia es parte de su oligarquía, de su dominio y de su actitud de acaparar las riquezas y libertad. En resumen, hacer lo que el poder le confiere.
En esas circunstancias, la poesía ha tenido que cortar las zarzas de la democracia y buscar las moras entre muertes, desapariciones, discriminaciones, migraciones y abandono conciente del Estado a nuestro pueblo. La poesía ha encontrado sus propios frutos como muestra de vitalidad y pureza.
Quizá de esta vívida experiencia, surge la poesía de Niko Velita como una antorcha para refrescar la memoria de un pueblo “sellado por la vergüenza y el deshonor para un Estado”, como señala en su informe final, la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Niko tiene una forma especial de descifrar esta contradicción social y lo hace a través de la burla y el sarcasmo, encapullándose de todo un proceso político-social para hacer así la denuncia eficaz. La propuesta de Niko está ligada al sentido común de lo absurdo, sobre todo para criticar a la clase gobernante que se desenvuelve como autoritario y matón.
Pareciera que En el país de Gargatúa (Arteidea Editores, 2010) estuviera el país del absurdo, exaltado por el orden, el pacifismo y el espíritu conciliador que utiliza el Estado a través de su fuerza político-militar. La poesía de Niko va narrando la situación grotesca que le tocó vivir a nuestro país y sobre todo al pueblo en conjunto con una sobredosis de violencia. Realismo grotesco, que es la continuación de su libro de poemas Casas roídas (Rentaría Editores, 2005), y la unificación del sufrimiento que Niko ha hilvanado con cada verso: “Porque me comí tantos estudiantes pude / luego de postre a los mineros y pequeños comerciantes”.
La trascendencia de la poesía de Niko se muestra en el dolor y la agonía del alma. Así, nos dice en Casas roídas: “Saciar el hambre y la sed / tan duro es”, pero también tiene la entraña de un hijo de los caminos del campo y la rebeldía por ver el sol, que es la senda de la realidad, por eso nos dice, en su poema “Autobiografía de un inocente”, de En el país de Gargantúa (EPG): “Nací el 72 / cuando mi padre se subía a la loma / para observar ese raro color de amanecer / cuando junto al abuelo / lo dejaron en el corazón del Sepa / por mirar rebelde el Sol / solo por mirar hacia el Sol” (pág. 17).
En su poema “Carta abierta a la Bella Durmiente” (EPG) versifica la violencia de una “escuela de perrros.../ de donde también salen incluso / los que escriben fácil / la versión oficial de asesinatos” (pág. 21); pero también habla sobre el amor: “Tú me sonreíste sonrojada / Yo besé tus ojos / luego tus labios / así hasta contar los latidos de tu corazón / con la punta de mi lengua” (pág. 20).
“La casita de azul” (EPG) es un poema secuencial de historias: la historia de María y de Iván, nacidos en la pobreza, testigos de la muerte y víctimas de la violencia y la ignominia del poder mediático y dictatorial de gobiernos de turno. Pero sobre todo que tienen en abandono a niños inocente quienes deben dejar sus sueños y el juego para buscar el pan y el sustento diario.
En “Al abrigo del rondín” (EPG), nos muestra la forma cómo se asesinaba al menor sospechoso, incluyendo niños, ancianos y mujeres, en complicidad con la mentira y la justificación infausta militar: “luego de azotarlo con bazucas y avión artillado / y tanto moscardón zumba que te zumba / contó el agente solemnemente / 30 muertos muertitos incluidos niños y ancianos” (pág. 30).
Rodolfo Hinostroza, en su poema Juana de Arco (Poesía joven del Perú, Antología, Ediciones Zendal), versifica: “Es un siglo de gracia que sube a los aullidos de los / mal humorados y de los otros que mueren de balazo, / y otros que hallaron tanta vida que sólo gorgotearon / y luego se ahogaron en ella.” El siglo XX que ha golpeado los párpados y el pecho de los hombres. De igual manera, siglo que golpeó el latido inocente de los corazones de un pueblo y que ahora se evidencia en el sentimiento de los jóvenes, jóvenes con el leguaje y la flor de un siglo de incertidumbre popular. Niko le define así: “Las rejas frías amparan nuestros sueños / en espera de la fuga del nuevo siglo” (pág. 34).
En En el país de Gargantúa, existe la sinceridad del poeta, la iluminación por encontrar la libertad y la denuncia. Niko se convierte en el poeta del recuerdo espontáneo de una época donde circuló el abuso, la mentira, el genocidio y la venganza oscura y ciega contra un pueblo.
Niko nos describe una sociedad infestada de militares que con la excusa de acabar con la subversión, también asesinaban inocentes e intervenían universidades, como él mismo lo plantea en Autonomía en latín (EPG): “solo por ver cómo andan los hombres de abajo / Luego desde el cielo se observa a todos maoístas / y a ritmo de hélice se bombardea folletines contrasubversivos” (pág. 36).
En este silencio de balas y miedo, en su poema “¿Quién mató a Ayala?” (EPG), nos ilustra la vergonzosa participación de Mario Vargas Llosa en aquel asesinato de ocho valerosos periodistas, aunque el poeta usa el número siete: “llegaron 7 periodistas osados y aventureros / cada uno con sus ganas de contar al mundo / del paisaje social de la semiciudad perdida / Unos sinchis que hacían las veces de comuneros / dispararon 7 balitas para cada hombre entrometido… / Para llegar a un consenso convincente / un periodista laureado que a veces hacía de agente /…Han pasado 7 años y 77 meses / y el agente periodista continúa en sus andanza” (pág. 39).
Están presentes los microempresarios que “nunca disfrutan de la interacción del sudor y el pan / solo nos enteramos del agua fría en taza” (pág.42).
Están los torturadores y los que no disfrutan de la luz blanca del día, extirpados de la vida y de la felicidad “porque para amar también se necesita luz blanca…/ En carceleta electrocutan los testículos / al hombre que amó la vida y la luz” (pág. 43).
Niko es el poeta de la observación angustiosa de un niño que palpa en su corazón el miedo: “debajo de la mesa con su pan duro / mientras afuera el traqueteo de las botas / con soplidos de dragones /angustian incluso el corazón del portalanzallamas / de esos que para ganarse la vida / aprietan el arqueado gatillo metálico” (pág. 44).
El poemario EPG tiene varias partes. Las dos primeras, Caperucita en el país de Gargantúa y Estampas, se definen, se resumen y se logran en Huelgas. Este conjunto de poemas es, que si en las dos anteriores se calló o quedó inconcluso una idea, un “reclamo, antiguo y urgente”, como lo dice Miguel Ildefonso, o es la “armonía entre arte comprometido y el talento poético” como plantea Fernando Carrasco. Huelgas resume las tropelías de los agentes del Estado contra los obreros, estudiantes, campesinos, choferes, mototaxistas, ambulantes, docentes, municipales, pescadores, enfermeros, panaderos, periodistas y la ironía de sindicatos de policías, guardaespaldas y soldados, inconformes. Luego de ver esa lucha de los inconformes, el poeta sentencia: “no podré regar las flores junto a la rosa mayor” (pág. 59).
En la última parte, Elegía para Sandrita, se puede leer tres poemas en uno. Lo que está escrito en letra normal se inicia con la palabra dura de un soldado “Te callas o te callo para siempre” (pág. 63), luego va a sellar con la felicidad, la soledad y el encuentro con la mujer ideal o del ensueño. El segundo poema sería lo que está escrito en letra cursiva, poemas intensos de la noche y su cielo, que van contando historias inciertas de mujeres o para relatar la caída de los hombres de pico y lampa. Son poemas con mucha altura para denunciar los atropellos contra los derechos humanos. El tercer poema que se leería en conjunto son los versos espaciados entre los poemas anteriores. Cada construcción, si se desea, es el resumen de los versos escritos con diferente letra. Es la culminación de la muerte. Es la víctima de una bala dirigida contra la esperanza, la honestidad, la igualdad, la danza, los sueños, la dicha, la lucidez y el amor.
Para cerrar el poemario, Niko culmina con una metafórica Conclusión sobre la sociedad de las hormigas, sociedad de hombres que se arrebatan la felicidad a través de las armas y el poder.
La poesía de Niko, más que una sátira a la violencia política que vivió y vive nuestro país, es una muestra de valentía para denunciar al fracturado Estado que intimidó a todo un pueblo. Es la visión general del desorden y de la sospecha evidente de quienes verdaderamente fueron los jefes de la violencia. Con ello reabre la poesía social, el camino de la poesía joven del Perú, el camino de la esperanza y de la historia por defender la libertad, al hombre humillado y abandonado de este tiempo.
Niko Velita, con En el país de Gargantúa, se convierte en el poeta del reencuentro con nuestro pasado, con el encuentro con la justicia y con la marcha de una sociedad danzando al final de sus sueños.
Niko Velita Palacín es la reafirmación de la poesía social en el Perú.

lunes, 28 de junio de 2010

Entrevista a Miguel Ildefonso

Por: NVP
¿Qué te ha motivado a salir del Perú? ¿La literatura, el dinero, el trabajo, los amigos...?
Un poco de todo. Y, claro, la falta de oportunidades para desarrollarse en una ciudad como Lima. Hace tiempo quería volver a salir del país o, como era otro de mis proyectos, internarme en alguna provincia. Y ahora estoy en Estados Unidos. No es el sitio ideal. No hay sitio ideal. Solo hay espacios y tiempos que cambian. Eso es lo que he aprendido sobre todo a partir de la necesidad de la escritura y, obviamente, del placer de las lecturas.
¿En qué lugar de EEUU resides ahora y con quiénes estás?
Estoy por el sur, pero no tan al sur como hace años. Es que soy sureño como Faulkner, jaja. Y por eso no te diré en qué lugar exactamente estoy. Siempre ando acompañado de la poesía y la música. Y de la prosa también. La prosa da sentido a mi vida, y la poesía se encarga de quitármela. La prosa explica, me cuenta cosas; la poesía cuestiona, y va hacia la esencia de las cosas, renovándolas, y te arranca de la tierra porque te hace alma. Por ahora solo veo a algunos amigos en Nueva York.
¿Cuál es tu forma de trabajo en la creación?
Antes escribía todos los días. Tenía múltiples formas de hacerlo. Experimentaba mucho. Luego por años he corregido y publicado, sobre todo. Hoy tengo nuevos proyectos, que primero van madurando mentalmente, con algunos apuntes que hago, y así voy trabajando más calmadamente. Tengo varios campos de ficción y poesía por trabajar. Trabajo por campos espaciales, históricos y emocionales. Son como quince proyectos de libros. Lo importante es, primero, encontrar el tono para cada libro.
¿Cuántas horas al día le dedicas a la literatura: leer y escribir?
Trato de leer en todo momento. Me puedo abstraer fácilmente. En Lima yo subía a una combi y me ponía a leer y, si la chicha o el rock estridente que oía allí me gustaba, me movía al compás, pero nunca dejaba de leer. Ahora me está costando un poco volver a escribir. Pasa que también no andaba bien de salud. Ahora estoy algo mejor, pero aún me cuesta agarrar el ritmo de antes. Yo soy todo música, no puedo estar sin ella. Ahorita mismo, mientras te respondo, escucho a Pachelbel.
¿El tren Amtrak es un tren que tomas comúnmente, es representativo del lugar donde estás?
Es el tren que va por todo el país. Es para viajes largos y baratos. Y con el que me he estado movilizando para ir a Nueva York. De donde vivo a Manhattan, son entre diez y once horas. Curiosamente en el tren he estado avanzando más una novela que vengo haciendo.
¿Cuál es ambiente literario ahí? ¿Qué escritores se pueden mencionar?
Recién me voy ubicando aquí, conociendo más del jazz y del bluegrass. El lugar donde vivo es un bosque donde me siento como Kerouac en los Vagabundos del Dharma. No necesito casi nada y tengo casi nada. En Nueva York he leído con Mariela Dreyfus, Carlos German Belli, Evgueni Bezzubikof y Miguel Angel Zapata. Excepto el maestro Belli, maravillosa persona, e igualmente su señora esposa, a quienes conocí personalmente recién, ellos viven años en la ciudad de los rascacielos.
¿Tienes alguna publicación a puertas? ¿Nos puedes adelantar algo?
En poesía ya saldrá Todos los trágicos desiertos, en una edición no venable. Y Libro de Exilio, el que ganó el premio de la Católica. Igualmente, espero que salgan una antología hispanoamericana de poesía y un breve libro de cuentos infantiles.

Tren Amtrak

Cuando miro las casas
al lado del camino del tren,
abnegado y vil,
deseo bajar
y que alguna puerta se abra
para mí.
Mamá estaría deseando algo así
tan hermoso para su hijo.
Luego veo gasolineras, fábricas,
autos viejos que ya no dan
para más.
Una cruz en lo alto
de una iglesia me hace
mirar al cielo
y rezar no solo por mi madre
sino por todos aquellos
que necesiten un buen deseo,
una migaja de mi aliento aun
que pueda dar.
Yo que poco creo
y me siento muy vencido.

(16-04-2010)

sábado, 19 de junio de 2010

Y dónde está la justicia
Preguntaba la madre con el hijo abaleado por los sinchis
En la sala de espera
Respondía el asesino

EN EL PAÍS DE GARGANTÚA DE NIKO VELITA: UN POEMARIO DE TESIS



POR FERNANDO CARRASCO NÚÑEZ


En el país de Gargantúa (Lima, Grupo Editorial Arteidea, 2010) es un poemario con ciertos rasgos formales significativos y con un planteamiento temático particular. Formalmente el poeta echa mano al lenguaje coloquial con toques de oralidad que lo vinculan con la poesía conversacional latinoamericana y con algunos poetas del grupo Hora Zero y sus epígonos de la década del ochenta. Además se percibe en su retórica la presencia de estribillos, la repetición de elementos numéricos así como la supresión total de los signos de puntuación en un afán de quebrantar las normas de la ortografía, hecho que no resulta gratuito pues, como se verá más adelante, va en sintonía con el planteamiento medular de este poemario. A lo señalado habría que añadir la presencia esporádica de un receptor o alocutario a quien el yo poético interpela con tono irónico. En el poema Dedicatoria leemos:


“Yo encontré el helado de coco en la avenida Bolivia
Pregúntale al heladero José si no me crees
Dirás que allí nomás termina la historia
con el helado en la mano
No
Te digo que no
Te digo que es solo el inicio”. (pág. 7)


Sin embargo, lo que despierta más nuestra atención, formalmente hablando, es su estructura, pues nos encontramos con una distribución singular. Un poema inicial funciona como dedicatoria, otro como prólogo, y después de una parte central, comprendida de cuatro secciones, nos hallamos ante un poema bien logrado que funciona como corolario del libro, por ello titula Conclusión. Como se puede percibir, el poemario En el país de Gargantúa, de Niko Velita Palacín, tiene la estructura de un trabajo de investigación que aborda el conflicto armado que se produjo en nuestro país en las últimas décadas, y que a la manera de las novelas de tesis del Realismo decimonónico nos deja, después de sus razonamientos, una conclusión. En este caso la proposición final se enuncia a través de recursos poéticos y de manera subliminal.


Existe toda una secuencia lógica en el presente poemario de Niko Velita. En el poema Dedicatoria se aprecian temas que serán recurrentes en el libro como el amor por la mujer amada, la solidaridad con las clases oprimidas y el bien común. En el segundo poema titulado Prólogo el yo poético lanza la pregunta que funciona como desencadenante en todo el libro:

“Y qué hacemos
para librarnos de los seres de cuatro patas
que simulan andar en dos pies
Nadie dice de sus pecados
porque son de cuatro patas
que simulan andar en dos pies”. (pág. 9)


En las cuatro secciones siguientes tituladas Caperucita en el país de Gargantúa, Estampas, Huelgas y Elegía para Sandrita el hablante lírico nos presenta escenas diversas de la guerra interna. Aunque algunos poemas resultan demasiado explicativos y caen en el prosaísmo encontramos también poemas logrados que se revisten de rasgos estilísticos ingeniosos y que con tono confesional y aires de fábula nos muestran las luchas de las clases oprimidas y denuncian, principalmente, las tropelías de los militares durante los años de mayor violencia política en nuestro país, algunas veces aludiendo a sucesos históricos como la matanza de los penales durante el deleznable primer gobierno aprista:


“Casi todos sabemos sabelotodos
que hubo además un pelotón el 86
que andaba de casa en casa
con su mortandad en manos
A nadie se le ocurre que fuesen inmortales
pero sí intocables y directamente de Palacio
Unos dicen por la democracia herida
Herida en las calles a falta de pan y sal
Otros porque el presidente furibundo
tenía 86% de oposición en diputados
o será que una oposición de 86 mil andaba en huelga
Ahí está Jorge boca abajo con otros 86 reclusos
con su bala en la nuca y salida entre los ojos”. (pág. 38)


Es claro que subyace a este poemario un subtexto de orden político que más allá de la simple denuncia. Esta visión de la realidad que describe el yo poético y su propuesta principal se sintetizan, como hemos señalado, en el poema titulado Conclusión. En este poema el locutor recuerda su niñez y específicamente la visión que tenía sobre la organización y forma de vida de las hormigas en su pueblo natal. Es decir, mediante una alegoría se describe la situación social en que vivimos, donde se percibe a una minoría hegemónica y otro sector mayoritario, pero sometido. Para cambiar esta situación en los versos finales, el niño, frente a las hormigas, decide tomar cuentas en el asunto armado de un martillo, herramienta que simboliza a la clase obrera. Cito:


“…un día domingo por la tarde
luego del almuerzo
las quise aplastar una a una con el pie derecho
a las más grandes
sin saber que eran durísimas
pero como yo era tan igual de terco
fui a casa por un martillo
La noche me cogió
en ese quehacer interminable
entonces cansado regresé a casa
y con el martillo a escondidas
porque mamá decía
que esos bichos
al igual que los sátrapas del siglo 20
también eran hijos de Dios. (pág. 72)


Nuestro gran poeta César Vallejo, en su discurso leído en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en España el año 1937, señalaba, al referirse a la responsabilidad social del escritor: “ Dadme un punto de apoyo, la palabra justa y un asunto justo, y moveré el mundo”. Niko Velita tiene ya su asunto justo. La palabra justa la irá alcanzando con su talento y dedicación constante para alcanzar esa armonía que debe existir siempre entre el arte comprometido y el talento poético.

domingo, 30 de mayo de 2010

¿Por qué profesor emérito y no honoris causa?


En 1993, cuando llegué a la Cantuta, escuché que ahí enseñaba un escritor, Felix Huamán Cabrera. Para mí fue una gran noticia, porque como estudiante escolar solo había escuchado hablar de escritores muertos: Homero, Dante, Arguedas. Pero nunca de escritores vivos (vivo del sinónimo alan garcía, no). Así que inmediatamente pregunté por sus libros y me encontré con Candela quema luceros. Su lectura me conmocionó y me hizo ver que la novele andina ya tenía otros matices. También pude ver que la temática de campesinos acribillados por soldados o policías (sirvientes de la clase gobernante) era inagotable en el Perú. Alegría, Arguedas, Scorza ya lo habían desarrollado, pero a finales del siglo XX se seguía escribiendo de tales masacres en un contexto donde los garcías y los belaúndes ya se habían manchado con la sangre de campesinos.

La lectura de Candela quema luceros me hizo ver la literatura de otro modo. Como algo más cercano y vivencial. Más dinámico. Un hecho lleno de vida y no solo ficción absoluta. El escritor, como un ser real de carne y hueso, que se podía conversar en el campus de la Cantuta o en las aulas. Atrás quedó, para mí, la percepción que tenía de la literatura como libros viejos de cualquier biblioteca o de los pasillos de la avenida Grau (aún no había Amazonas).

Luego leí otros textos de Félix y su tono de denuncia social siempre estuvo presente. Su obra no pretende ser un canto al ocaso o al canto de las cigarras, sino que va más allá. Presenta el mundo caótico que le ha tocado vivir. Esa realidad que le sirve para ficcionar y que le ha llevado a producir varias novelas y cuentos. Ese es Félix Huamán en la literatura peruana. Sin embargo, a pesar de su innegable recorrido intelectual, a todas luces, ya sea en la producción literaria o en educación, la Universidad Nacional de Educación, mi casa de estudios, le ha condecorado con un profesor emérito y no un honoris causa (léase negado), a pesar de que Candela Quema luceros ha sido estudiado por Juan Carlos Ubilluz, Víctor Quiroz, Marx Cox, notables críticos de la literatura.

A todo esto, me pregunto cuáles habrán sido los argumentos de la comisión (no encuentro sus nombres en ninguna ficha bibliográfica) para llegar a tal consenso. Eso lo sabrán solo ellos. Al parecer, estos son de los que consideran que la partida de nacimiento de los escritores es un recuadro en algún obituario. Concepción absurda de la literatura que aún pesiste.
NVP

miércoles, 26 de mayo de 2010

Literatura de guerra: los "auténticos" y el usurpador





La literatura de la guerra o violencia política en el Perú ha producido una gran cantidad de textos narrativos. Desde novelas y cuentos escritos para ganar premios hasta las novelas tesis. Así tenemos a ex presidiaros acusados de subversión y ex cachacos haciendo narrativa con la intención de “contar la historia”. También gente que estuvo entre dos fuegos. O simplemente que no estuvo (desde el extranjero). Ante tal situación, y considerando la dimensión de los sucesos de la guerra interna que se inició en 1980, surge una pregunta: ¿quién es el llamado o el indicado para hacer narrativa sobre dicho tema? A lo que Dante Castro (a quien conozco solo por sus cuentos) ha planteado su posición con respecto a ello. He aquí su texto:

Literatura de guerra: los "auténticos" y el usurpador
Por: Dante Castro
sábado 8 de mayo de 2010


Anoche estuve en un conocido bar frecuentado por poetas y narradores. Después de mucho tiempo me encontré con amistades que había perdido de vista un año atrás y me pusieron al día del mundo literario. Lo que más me sorprendió es que contaran algo que me involucraba directamente: un documento, salido de un encuentro provinciano de escritores, mal juzga mi literatura de guerra. El argumento que más esgrimen mis detractores, según los amigos de anoche, es el de no haber militado en el PCP-Sendero Luminoso y por lo tanto, no haber participado en la guerra “popular”.

No he leído el texto, pero puedo aclarar algunas cosas. Una de ellas es que jamás hubiera pertenecido al PCP-SL. Por razones de formación marxista, nunca habría coincidido con la metafísica del fundamentalismo gonzalista. Mucho menos estuviera hoy aplicando la “doctrina de la justificación” para solapar la cobarde entrega del camarada Gonzalo y su deshonrosa claudicación. El gonzalismo es religión, no ciencia, por lo tanto hay que tener fe para creer en sus grandes virtudes teologales.

Hay otras aclaraciones que son de rigor histórico. La guerra tuvo más protagonistas que los que se auto-incluyen en los grupos alzados en armas. Si bien entre los principales implicados contamos a las FFAA (el Estado), al PCP-Sendero Luminoso y al MRTA, no fueron éstos los únicos en gastar pólvora y dinamita. Vamos a brindar un ejemplo: el MIR resurgió en las serranías de Santiago de Chuco, la Libertad, en los primeros años 80’ con una columna armada que gozaba del respaldo campesino. Ésta era una facción maoísta del MIR que no logró sobrevivir al cerco de las FFAA y al acoso del sectarismo senderista. Estos últimos demandaban la disolución de la guerrilla del MIR y su incorporación al PCP-SL en las condiciones arbitrarias que les imponían.

Vamos a brindar otro ejemplo: en el libro de Ricardo Uceda “Muerte en el pentagonito” el autor peca de ligereza y señala la formación de sendos aparatos militares en dos partidos de Izquierda Unida. La información es exacta, (aunque en realidad fueron tres), pues en la izquierda legal, aquella que apostaba por las elecciones como forma principal de lucha, también se gestaban gérmenes de lucha armada. Menos mal que Ricardo Uceda no escribió detalles al respecto. Agradezco su silencio.

Pero la violencia del Estado la padecimos todos, senderistas y no senderistas, emerretistas y no emerretistas. Y el enfrentamiento de la clase trabajadora contra el Estado burgués no fue patrimonio exclusivo ni excluyente de los grupos armados. Los paros nacionales, las luchas en las calles, las tomas de locales y de carreteras, tuvieron una inmensa gama de protagonistas políticos.

Es por éstas y otras razones que sostengo lo siguiente: La literatura de la violencia política ocurrida en las décadas 80 -90 no es patrimonio de un grupo armado, de quienes lucharon o de los que padecieron. No era necesario haber pertenecido a este grupo para sufrir prisión, torturas o destierro, ni para hacer literatura sobre ello. Un tema narrativo puede ser abordado eficazmente por quien tiene talento, se auxilia de la experiencia colectiva y se nutre de sus propias investigaciones. Lo más penoso es ver publicaciones de quienes sí participaron y no saben expresarse literariamente.

Todavía hay quienes en nombre del fundamentalismo gonzalista se atreven a pontificar sobre literatura y compromiso social, sobre arte y compromiso político. Lo más cómico es que se llamen “maoístas” y por pobreza de entendimiento no sepan interpretar qué quiso decir Mao Ze Dong en sus tesis sobre arte y literatura. Éste ya no es un problema político, sino de interpretación de textos o de lectura comprensiva. Veamos qué claro escribió el gran timonel de la revolución china:

“Por progresista que sea en lo político, una obra de arte que no tenga valor artístico, carecerá de fuerza. Por eso nos oponemos, tanto a las obras artísticas con puntos de vista políticos erróneos, como a la creación de obras al ‘estilo de cartel y consigna’, obras acertadas en su punto de vista político pero carentes de fuerza artística”. (Mao, Intervenciones en el Foro del Yenan sobre arte y literatura, 1942).

Volviendo al caso de los “auténticos” contra el “fariseo”, sugiero que la literatura de guerra debe diferenciarse del testimonio, del ensayo y de la autobiografía. Incluso en estos géneros paraliterarios, hace falta escribir bien. La narrativa de guerra no puede caer en la exclusividad de analfabetos funcionales y por autoproclamarse “legítimos protagonistas”, dejarles el monopolio del campo para interpretar y asumir el acto creativo con parámetros ajenos a la literatura.

La creación literaria debe fructificar entre quienes participaron directamente en el conflicto. Para ello será necesario que se despojen de la camisa de fuerza que les impone una línea política errónea y castrante. Mientras van llegando al oficio, deberían entender que los grandes escritores revolucionarios se distinguían por su humildad; requisito indispensable para aprender.

Como eso no cae automáticamente del cielo, estoy preparado emotivamente para confrontaciones ideológicas y literarias. Mi obra será juzgada con anteojos extraliterarios porque “no pertenezco al partido” y porque estoy en contra del fundamentalismo metafísico gonzalista. Pero advierto: hacer una literatura de clase no es lo mismo que hacer una literatura de partido. La conciencia de clase es algo diferente (aunque no debería ser siempre ajeno) a la militancia orgánica. Es algo que sostuvo César Vallejo criticando a Mayakovski, autor de obras al ‘estilo de cartel y consigna’, escritor de aparato, poeta sujeto a directivas.

Tomado de
http://cercadoajeno.blogspot.com/2010/05/literatura-de-guerra-los-autenticos-y.html



sábado, 1 de mayo de 2010

Fernando Carrasco, la rocola y el cuento


Quienes conocemos de cerca a Fernando Carrasco sabemos de su amorío con la rocola, los discos de vinilo y la música antigua: los tangos, los boleros y los valses. Amorío por lo que ha sido amenazado, se cuenta, con “te voy a comprar una rocola en casa pa que no te vayas a Quilca”. A lo que seguramente él, festivo, habrá contestado con un “pero que en la sala haya mesas y sillas pa las visitas y la refri esté llena de cristales”. Este amorío, se puede apreciar en la foto de la solapa de su libro de cuentos La muerte y otras traiciones[i]. Se le ve cual hombre enamorado de una hermosa muchacha, al lado de una vieja rocola, pero que aún canta todos las noches en el bar Don Lucho (no sé si ese es su nombre real, pero con ese nombre se le conoce) del jirón Quilca en el centro de Lima. “Vemos a un escritor que se ha asentado en una rockcola cual si fuera su escritorio, en un gabinete que reconocemos tan cercano y transitable como una calle de Lima”, escribe Miguel Ildefonso en la contrasolapa aludiendo tal foto. Sin embargo, no solo se puede observar ese detalle ahí. También encontramos en los cuentos el fondo musical como parte de las historias contadas o como parte de los quehaceres de los personajes que al fin al cabo son recreaciones de los seres humanos de carne y hueso. Hombres y mujeres en la calle, en el bar, en el hogar que pasan el trago amargo de la vida con música para hacerla digerible. Hombres y mujeres que viven en la incertidumbre de no saber que se está vivo o que la vida pende de un hilo, donde incluso la muerte puede convertirse en liberación o un viaje a un lugar hermoso. Así una “retrasada” (59) decide irse con las mariposas porque “las únicas que juegan y conversan conmigo son las lindas mariposas” (57) y porque además “la tía Rosa nunca quiere escucharme y… se le ha dado por encerrarme a la primera travesura” (58). Decide liberarse de tal situación lanzándose de la azotea.

“Los boleritos rockoleros” (22) se convierten en el fondo musical por la cercanía de la muerte de hombres sin escrúpulos que han visto en la niña una “pequeña mina de oro” (23), por lo que está a punto de ser vendida sexualmente; pero, como un último esfuerzo de su moribunda madre, quien planifica todo, la niña les sirve la cena envenenada a esos hombres malvados para escapar de esas garras. Aquí la muerte también representa la libertad y destruye a los malos. Es como un arma que sirve para limpiar la sociedad de seres nocivos, de seres peligrosos. Esta vez, el bien triunfa sobre el mal sin afectar a los buenos ya que Carrasco abre la puerta de ese tenebroso lugar para que la niña se vaya con una “ligerísima sonrisa” (25) en busca de una mejor vida.

“Tres bolerachos de la Matancera en la rockola” (38) también pueden ser el fondo musical para contar historias de personajes como el Jesucristo quien de “campana (se convierte en) choro avezado” (37), para luego pasar algunos años en la cárcel y una vez fuera “se le veía con su Biblia… para armarse un pitillo de marihuana” (39). Sin embargo, este personaje cambia su forma de vida al enamorarse de “la gila más hermosa del callejón” (40), aunque años después lo asesinan a puñaladas. Esta historia se la cuentan en un bar a Cristano que cree que su padre es un policía, pero que de manera abrupta, en ese momento, se entera que su padre en verdad era el personaje Jesucristo. Esta vez los boleros y la rocola le han servido a Carraso para ubicar en un bar a un personaje alegre que cuenta historias y a otro que de oyente se convierte en el personaje de la historia narrada porque su biografía será reescrita a partir de ese momento.

En el cuento Visitaciones, “un vals muy antiguo” (86) sirve para agobiar más los recuerdos de un hombre perturbado que se encuentra internado en un nosocomio. Mario ha quedado traumado desde que sus padres y su hermana perecieron en un accidente automovilístico de lo que se siente culpable. Posteriormente asesina a su novia y a su propia abuela. Pero su mente enferma sigue viendo a esos personajes ya muertos y es a su padre a quien le gustaba esos valses viejos. Mario mantiene vivo ese recuerdo. Su padre “todos los días, a esta misma hora, pone ese disco a todo volumen” (86) solo para fastidiarlo y recordarle su culpabilidad.

De esta forma, Carrasco incluye sus gustos rocoleros en los cuentos de La muerte y otras traiciones.

NVP


[i] Carrasco Nuñez, fernando. La muerte y otras traiciones. Hipocampo Editores. Lima. 2009.

domingo, 25 de abril de 2010

La despedida de Miguel Ildefonso


Es una noche limeña del martes 16 de marzo del 2010. Una noche rutinaria en sus calles donde los peatones caminan en busca de algo. Los ambulantes en cada esquina se juegan el menú del día siguiente o el pasaje de regreso a casa. Yo también me interno en ese mar de gente. En mi caso, al igual que otros 50 seres en extinción, busco el jirón Ucayali donde se encuentra el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega. Ahí nos hemos dado cita, algunos amantes de la literatura con motivo de la presentación del libro Dantes, de Miguel Ildefonso, un libro de poesía que ya ha sido comentada favorablemente en varios medios de Internet. 7 p.m. La gente empieza a llegar. Me encuentro con William González: atento bloguero (Letra Suelta Cultural), y el poeta Eduardo Borjas. ¿Dónde está la gente? Seguro que en una previa. Claro, para calentar motores. Bueno, nos la perdimos por llegar tarde a la previa. Estamos en esa conversa cuando aparece Miguel con el grupo de la previa. Ya la gente está alegrona: veo por ahí a Fernando Carrasco, Raúl Heraud, Héctor Hernández, Giancarlo Huapaya, José Pancorvo, Paolo de Lima, Luis Fernando Chueca, Paolo Astorga, entre otros.

Empieza la jornada. En la mesa se encuentran José Carlos Yrigoyen, Victoria Guerrero, Miguel Ildefonso, pero falta el editor (está en camino). El presentador, un representante del Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega, lee la amplia biobibliografía de Miguel Ildefonso. ¡Es el décimo libro de poesía! En narrativa ya van tres. ¡O sea, en total 13 libros! Aunque luego el autor hace una aclaración. El libro Dantes es el décimo escrito, pero el octavo publicado. Los otros dos libros que faltan están en camino de edición. Luego los presentadores se lucen leyendo sus discursos. También habla el editor, quien se hace una autocrítica por llegar tarde y además ¡el libro sale mañana! (¿gajes de editor?). Hasta que llega el turno de Miguel. Agradece al público y a los presentadores, pero, antes de iniciar su propia presentación, invita a la mesa a Héctor Hernández Montesinos, un poeta chileno que ha presentado su libro la semana pasada, aquí en Lima. Lo invito a que pase al frente para solucionar nuestras diferencias, dice Miguel, irónico, aludiendo al auditorio que pertenece a la Cancillería del Perú. Los poetas no nos peleamos por un pedazo de tierra, sigue, porque nosotros somos dueños del planeta y del universo. El chileno se luce con un poema que ha escrito a partir de la poesía de Miguel. Así lo explica él mismo. Luego regresa a su sitio. La gente aplaude por ese acto simbólico de hermandad entre el pueblo peruano y el pueblo chileno, en este caso representado por dos poetas. Ahora sí, el autor de Dantes inicia su discurso de presentación y despedida. Presenta su libro y se despide de Lima y del Perú. EEUU lo espera con residencia y todo. Habla pausado, como midiendo sus palabras. Lanza algunas bromas y anécdotas que hace sonreír al público. Lee sus poemas. Veo moverse varias cabezas en sentido de afirmación, de aprobación, en cada verso que sale de la voz del poeta. Termina su lectura y todos al brindis de honor. El vino queda chico, así que enrumbamos al Queirolo, de Quilca. La mancha, fiel a la poesía y a la bohemia, sigue unida en torno al autor de Dantes. Debemos unir varias mesas para entrar todos. La gente está sedienta. Conversa por aquí, conversa por allá. De poesía. De la vida. De la calle. El mundo caótico de la ciudad. De los tragos. De los amores. De todo. Eso es la poesía de Miguel. La vida urbana hecha poesía. La vida urbana, el de las avenidas, el de las calles. Ese lugar donde “la anciana vivía en una casa de cartón / afuera de una casa de cemento”. Y de poesía: “hablaré contranatura como Rimbaud”. De poetas: “el pobre Kavafis habría cavado una fosa en el piso/ de su habitación ello para colgarse del techo/ y no tener un piso tan cercano”. Esto por mencionar algunas joyitas de su penúltimo libro publicado. Me refiero a Himnos (2008). ¿Y Dantes? ¡Ah! El libro que se entretuvo en las calles de Lima para llegar dos días después al Bar Zela (aquí se hizo una nueva presentación, ya con libro). “Miraba también por la ventana del micro… Yo los miraba como nadie, yo era nadie y hasta ahora, los miraba como los estoy viendo pasar, con las caras ocupadas en los precios, etc.”. Hasta: “el eterno hambre me miraba junto al río Rímac”. Claro, con Dantes, podemos ver esta Lima, pero también la Lima de Vico (aquella noche cuando Vico cantaba al interior del bus. / Esa mezcla de cumbia, huayno y rock encendía / el corazón / de una muchacha recostada en la ventana / de la otra fila de asientos) y Chacalón (amar es cantar como Chacalón/ que canta en los cerros del Perú). Pero no solo la chicha. También encontramos a Flor Pucarina (acabo de decirte que estoy muy triste/ Ayrampito) y Picaflor de los Andes (yo veo el infinito que pasa junto a una canción de/ Picaflor). ¿Solo Perú? ¡No! Ahí está Mick: “Jagger baila junto a la barra – el saxofón se instala en la punta de la luz” o “la sabiduría es estar en un bar cualquiera donde se beba barato en la frontera de México y los Estados Unidos”. Esto y mucho más encontrarás, camarada lector, en el libro Dantes (de casi 200 páginas). Buen viaje, Miguel.

NVP


24 de marzo del 2010