La investigación no es una tarea. Es una actitud.


domingo, 25 de julio de 2010

Testimonio de Oscar Colchado sobre Rosa Cuchillo

(…) Quisiera darles un breve testimonio de cómo escribí este libro. Tal vez para que tengan una idea de cómo un autor escribe sus textos, escribe sus novelas, elabora sus ficciones. La génesis de esta novela podría yo citarles por los años 70 más o menos, cuando yo era un joven profesor que estaba incursionando en la literatura. Fue ahí, recuerdo que compré el libro Pedro Páramo en la librería de Juan Mejía Baca. Quedé maravillado por el libro. Dije, como había dicho García Márquez cuando leyó la Metamorfosis de Kafka, ¡Ah carajo, así también se escribe! Yo, si bien es cierto, había leído sobre el mundo sobrenatural, el pasaje al más allá en Dante. Había leído Luciano de Samosata, un griego que tiene un libro que se llama Diálogos sobre los muertos. Había leído también a Virgilio. Para mí era eso, que habían hecho escritores de esos tiempos, pero al leer Pedro Páramo pude ver que también se podía hacer una divina comedia en estos tiempos. Fue así como analicé, estudié. Con el tiempo fue mi libro de cabecera: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Solo quiero observar una cosa, que Rulfo, en realidad, a pesar de que situaba la novela en las sierras mejicanas sin embargo los personajes eran muy mestizos. No eran los indígenas mejicanos los que aparecían poblando ese mundo de almas en pena. Ese mundo sobrenatural que (…) Encontré mucho imaginario occidental. Como, por ejemplo, la parte donde se enfoca a dos hermanos desnudos que conviven como marido y mujer, que bien nos hacen pensar en Adán y Eva. Entonces yo dije, siendo él de ascendencia nativa, de padres campesinos pudo de repente hurgar en nuestras raíces latinoamericanas, sondear más al indio, ver su pensamiento mítico, cómo fue su pensamiento sobrenatural de los antiguos aztecas. Entonces pensé que en Perú yo podía hacer eso o qué podía hacer… Sencillamente porque yo devenía de una familia de campesinos. Vivé en un mundo realmente andino, andino. El callejón de Conchucos. Ese lugar poblado de abismo, nevados, precipicios insondables. Ahí había pasado mi infancia. Había escuchado historias que aún nos hacían entender cómo había sido el pensamiento de los antiguos chavín, o de repente de los antiguos paracas, o de los nazcas. Eso lo entendí claramente en los años 80 más o menos. Dianita, la hermana de mi madre, a quien dedico mi novela, me contó un sueño revelador. Ella de pronto se encontraba en el cruce de dos caminos. Al lado izquierdo se proyectaba un camino ancho orillado de flores y más allá se veía una catarata, un chorro, decía Dianita, un chorro que se desprendía de la peña (…) El camino ancho, un poco que bajaba; y el camino delgadito, un camino de cabra, decía ella, se perdía entre los montecitos, pero ese caminito también tengo ganas de seguirlo, decía ella, porque aparte que me invitaba a seguir por un sendero tan sencillo, sin embargo, podía haber allí una casa donde podrían darme una indicación hacia dónde debería seguir. Ella también como Dante que se encontraba perdido en esa selva, ella también se encontraba perdida en esos dos caminos. No sabía para dónde seguir ni para dónde quedaba su pueblo. Entonces, decía ella, yo me decidí por el camino ancho, pero no porque era ancho con flores, creciendo en sus orillas, sino porque a lo lejos yo veía un chorro de agua, y la sed que yo llevaba era una sed pero fuerte, algo que yo no podía aguantar. Entonces fue por eso que yo me decidí seguir por camino ancho, sin embargo, cuando llegué a la altura, donde yo pensaba encontrar las aguas de la catarata, me di con la gran decepción de que estaba al otro lado de un barranco, de un barranco insondable que yo no podía cruzar. Entonces tuve nomás que continuar mi camino. Continúe mi camino y me encontré con un hombre, un hombre que venía en sentido contrario, un arriero que venía arriando unas mulas, y que me dijo, señora, cuidado, no vaya a pisar ahí en la yerba, ¿no ve una culebra? Y efectivamente, di un salto y me salvé de la mordedura de una víbora. Señora, me dijo, ¿puedo ayudarle? Entonces, le dije que yo estaba perdida. ¡Qué lástima!, señora, me dijo, usted no puede regresar, porque, quien entra por este camino ancho, ya jamás regresa, y si usted intenta volver, quedará convertida en piedra, quedará convertida en cactus o en zarzamora, en alguna planta. Entonces, me dijo, vamos por este camino, pero yo le ayudaré a cruzar más allá, porque más allá hay dos ríos, y el señor dejó sus las mulas y me acompañó, decía mi tía, hasta cierta parte, donde efectivamente encontramos un río de aguas rojizas, un río de sangre. Mira señora, decía mi tía, estas aguas es la sangre de las madres que vienen a dar nacimiento de sus hijos. Entonces me ayudó a cruzar y yo avancé un poco más, y encontramos un río de aguas límpidas, y me dijo, este río, señora, traen las lágrimas de las madres que lloran por sus hijos. Más allá había otro río, en la que el señor le ayudó a cruzar y fue allí donde ella, continuó contándome, que llegó al limbo, donde se encontraba su hijo que murió, pequeñito, y más allá un río de candela, decía, ese río de candela (…) Si yo quiero, yo pudiera ser solamente el río Marañón, porque el río Marañón atravesaba esas tierras y entonces el río Marañón, decía, que más allá cuando se perdía en las montañas, se volvía un río subterráneo y se convertía en un río de candela. Eso decía allá la gente, los demás pobladores de ese pueblo pequeño donde yo viví, que se llamaba Huayllabamba. Hasta ahí me contó tía Anita, y esa fue la clave para yo poder interesarme más en hurgar cómo fue el mundo que pensaban los incas, los nazcas, los paracas, el señor de Sipán. Sobre ese lugar al que después de vivos, nosotros nos vamos. En todas las culturas se dice que hay un mundo sobrenatural y casi todas las culturas coinciden. No es que Dante haya sido el que inventó el paraíso, el cielo y todas esas instancias del mundo donde se dirigen las almas. Dante había utilizado ya toda la mitología griega que hablaba sobre su mundo y, también, si nosotros buscamos en otras mitologías, en la mitología egipcia, en la mitología china, se habla sobre esos mundos sobrenaturales. Entonces todas las culturas coinciden en lo mismo. Y yo decidí hacer, desde el punto de vista andino, esa historia, averiguando un poco más cuando yo trabajaba ya en Lima. Porque yo trabajaba antes como profesor en Chimbote, luego me trasladé a Lima. Y tuve la suerte o la mala suerte, no sé, de que mi trabajo saliera en el Agustino, un lugar poblado en realidad, de ese entonces por los años 80, de delincuentes, de terroristas, de gente de mal vivir y también de gente muy buena, muy noble. Muchos de ellos, muchos de los hijos de esa gente, que había venido desde el Apurímac, había venido desde Huancavelica, desde Huancayo, desde el Cuzco, confluyeron en ese lugar que era el Agustino. Tuve la suerte de trabajar allí. Al comienzo, un poco que me decepcioné, porque yo quería que me toque en el centro de Lima (…). En realidad, el Agustino era muy peligroso. Tuve la suerte, porque, gracias a mi estancia como profesor en ese lugar, he logrado escribir dos novelas: una, que es Cholito en la ciudad del río hablador y, otra, es el material que yo recogí también para Rosa Cuchillo. Y ¿cómo es que yo recogí material para Rosa Cuchillo en la Lima? Lima, en la costa misma. Sencillamente, como yo sabía que todos mis alumnitos venían del sur peruano o la parte este; yo, pensando ya en la novela, decidí hurgar cómo pensaban sus padres, sus vecinos y sus abuelos sobre el mundo del más allá. Entonces hice una encuesta. Les di a todos para que averiguaran, que hagan una entrevista a sus padres, a sus vecinos o a sus abuelos, que les contaran qué pensaban que había en el más allá, por ejemplo, la historia del perrito guía, de aquel que, cuando uno se muere, lo guía a uno al más allá. Eso ya me habían contado en los Andes. Me habían dicho, si una persona quiere que después de muerto lo guíe hacia el Gran Gapaj, el Gran Gápaj es Dios, el dios Wiracoha, si alguna persona desee que en el más allá alguien le guíe y no se piedra por los caminos y se vuelve un alma en pena o no se pierda en el Uco Pacha, el infierno indio, entonces tiene que criar en vida un perrito negro. Es así que mucha gente criaba su perrito negro, porque pensaban que cuando se muera ese perrito les guiaría. Cuando hice esa entrevista a estos chicos, leía muchas versiones de ese perrito negro. Efectivamente, las personas se morían y su alma se encontraba, de pronto, con su perrito que le estaba esperando en algún lugar del camino de la vida, y le ayudaba a cruzar los peligros que se le presentaban, porque no faltaban los demonios que intentaban llevarse al alma hacia el Uco Pacha, el infierno indio. Este perrito no solamente les acompañaba en la Tierra, sino que lo ayudaba a subir hacia el cielo y lo ayudaba a cruzar el río Jordán, el río indio, Jornán porque la palabra ya estaba occidentalizada, pero, en realidad, el río indio era la Vía Láctea, y para cruzar la Vía Láctea, tenía que valerse del perrito, abrazarse del perrito, y el perrito nadando lo hacía cruzar al otro lado donde estaba el paraíso. ¿Quiénes vivían en el paraíso indio? En el paraíso indio, vivían los poetas y los músicos solamente, o las personas dedicadas al arte, y ahí estaba el gran Wiracocha, dios. ¿Pero había un paraíso para las otras personas, para los que no había nacidos artistas, pero que fueron buenos y merecían un lugar mejor? Sí. Había también un paraíso. Era Auquimarca. Y Auquimarca estaba en la Tierra. Estaba en el interior de los cerros. Y cuando yo era niño, a veces, me decían, ¿escuchas esa música, esa fiesta que hay en interior de cerro? Y yo paraba las orejas. Y efectivamente se escuchaba esa música como que un (…) tocara su tinya y (…) se escuchaba huajidos. Huajidos son gritos indios cuando están muy alegres. Cuando el indio está muy alegre dice huaaajiii. Es un grito guerrero pero de alegría. Se escuchaban cosas así y es que ahí era el cielo indio. Porque las almas de la personas buenas se iban al interior de los cerros. Pero ¿cómo era el interior de los cerros? En el interior de los cerros era lindísimo. Para los que habían sido agricultores, tenían enormes extensiones para hacer sus chacras. Las sementeras daban unos frutos enormes, grandes, unos choclos que reventaban. Para los que habían sido alfareros, encontraban el mejor barro para hacer su artesanía. Para los que habían sido ganaderos, sus ganados abundaban tanto que poblaban las montañas, que cubrían las montañas. Ellos vivían en constantes fiestas. Hacían pachamancas y danzaban. Eso va también en Rosa Cuchillo. Esas cosas las averigüé después, de muchas formas, como por ejemplo, cuando mi prima Nicolasa Lucio me hablaba de visitar Chullas. Chullas es un pueblo que queda en Pomabamba. Nosotros vivíamos en la parte cerca de Sihuas. Y de sihuas hacia esa parte de Pomabamba, había casi un día a pie. Entonces ella decía que, para salvarse, uno tenía que visitar cuando menos una vez en la vida, ir en peregrinación hacia Chullas, como seguramente viajaban también, antiguamente, hacia el centro ceremonial de Chavín, de los diferentes lugares del país viajaban hacia Chavín, en peregrinación. En esos tiempos había la peregrinación hacia Chullas. ¿Y qué había en Chullas? En Chullas había tres piedras grandes, Taita Rumi. Y había que llegar a ese lugar. Las mujeres se sacaban su rebozo y los hombres su poncho y envolvían la piedra y hacían el ademán de cargarlo y decían, “Cargo esta piedra por el dios Cóndor”, el dios del Janan Pacha, del cielo indio. Después iban a la otra piedra, envolvían con su poncho, con su rebozo y hacían la intención de cargarla y decían, “Cargo esta piedra por el taita Puma”, el dios del Kay Pacha, el mundo de la Tierra, el mundo de acá. Después decían, “Cargo esta piedra por el dios Serpiente”. El dios Serpiente era el dios del interior de la tierra, el Uco Pacha. Entonces, cuando se hacía eso, empezaba una fiesta. Había que bailar toda una noche sin parar, luego había que volverse a su pueblo. Habían cumplido con la obligación de todas las personas, porque, cuando se morían, inmediatamente viajaban hacia el cielo indio, pero, si no habían hecho, se quedaban vagando como almas en pena. Eso fue en tiempos antiquísimos. Pero ya después llegó la religión cristiana y entones dijo “estos son ídolos, este es pensamiento pagano, y ya no más los tres dioses: el Puma, el Cóndor y la Serpiente”. Los tres representaban al dios Wiracocha, que se encontraban inscritos en la piedra, el lanzón de Chavín de Huántar. Es así como los curas dijeron que no, “esas tres figuras que aparecen acá van a ser la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo”. Y levantaron una iglesia ahí. Posteriormente, cuando las nuevas generaciones, viajaban ya iban a adorar la Santísima Trinidad, y también había fiestas en Chullas. Eso era lo que contaba mi prima Nicolasa Lucio y que yo puse en la novela. Así he averiguado muchas cosas, que no podría decirles todas. Hay tanto que decir. También los mitos de Arguedas que ha estudiado Víctor con mucha (…). Él ha descubierto algunos secretos de la novela, como la parte del condenado. Eso aparece en el mito de Arguedas, pero está trabajado en otro momento, trasladado a otra época. Y tendría que contarles más cosas, pero el tiempo es corto, no voy a ahondar, pero esta es la parte mítica. Esta es la parte del mundo sobrenatural del mundo andino. Yo recuerdo cuando viajé a Sipán y vi al señor de Sipán en su propia tumba. Al pie había unos perros. ¿Para qué eran esos perros? Para guiar al señor de Sipán. Eso se ha encontrado también en otras culturas. Pero para contarles la otra parte, que es la parte de Sendero. Ustedes dirán pero cómo investigaste tanto sobre Sendero Luminoso en una época tan difícil, donde Sendero era una organización muy cerrada. La policía pasó muchos años para que descubriera cómo accionaba Sendero Luminoso, cómo estaban distribuidos sus cuadros (…) No se les podía capturar fácilmente. ¿Cómo funcionaba todo eso? Durante muchos años fue todo una incógnita. Bueno, mi experiencia en el Agustino me valió también. Cuando recién llegué a trabajar, habían capturado a una chica senderista, que vivía a dos cuadras del colegio. Sus hermanos y sus primos estudiaban en el colegio donde yo trabajaba. Me contaron muchas cosas, de cómo esta chica entró a militar a Sendero Luminoso, cómo fue que la captaron, cómo fue su accionar y cómo fue que lo capturaron. Después viajé a Ayacucho, en dos oportunidades. Me invitaron para un congreso de literatura infantil y juvenil, y yo aproveché para entrevistar, para reconocer algunos lugares, como por ejemplo, la cárcel de Huamanga, donde tiene lugar una balacera entre senderistas y policías, que aparece también en la novela. Cosas así. Muchas cosas que me contaron algunos que eran familia de senderistas, que estaban fugados o presos. Aunque había mucho hermetismo, sin embargo, uno podía captar. Y aparte, otras fuentes como los periódicos, revistas, la televisión. Todo eso constituye material para el escritor, y el libro también. Salió el libro de Gorriti, Sendero se llama. Salió el libro de Carlos Iván Degregori. Y poco a poco, la bibliografía senderista se fue ampliando. Con todos esos materiales yo fui ideando la novela. Pienso que el personaje Livorio debe ser ese personaje que yo leí en la revista Caretas, de un joven campesino en un pueblo de (…), de la Libertad. Sendero se lo llevó a la fuerza cuando él estaba trabajando en su parcelita. Pienso que eso me dio la idea del personaje Livorio que aparece aquí, como protagonista de la parte de Sendero Luminoso… Para terminar… (agradecimientos). Muchas gracias.
NOTA: Este testimonio fue grabado en la Feria de Libro Ricardo Palma del 2009

4 comentarios:

  1. Interesante testimonio de Colchado. En una entrevista que respondí al mismo Niko Velita en el 2009, me referí en estos términos a Rosa Cuchillo: “Carretera al Purgatorio de Zeín Zorrilla y Rosa Cuchillo de Colchado reflejan dos formas distintas de entender la migración y la guerra civil, uno por el lado del que se adapta al medio adverso y sigue adelante y otro desde una posición neo indigenista, ambos con maestría y honestidad artística. Los cuentos para niños de Oscar —los lee mi hija— son magistrales (¡ya basta de idioteces de Disney y pasteurizadas Pocahontas!) y aunque para mi gusto idealiza demasiado el pasado incaico, la novela Rosa Cuchillo te conmueve hasta el llanto.” Esa es mi opinión y la mantengo.



    Sin embargo, debo manifestar mi más profundo desacuerdo con las palabras que Oscar suscribe en el presente artículo, englobando en un solo saco, perro, pericote y gato: “Y tuve la suerte o la mala suerte, no sé, de que mi trabajo saliera en el Agustino, un lugar poblado, en realidad, de ese entonces por los años 80 de delincuentes, de terroristas, de gente de mal vivir y también de gente muy buena, muy noble.”



    Estimado Oscar, delincuentes, terroristas y gentes de mal vivir, existieron y existen en todo lado. No sólo en El Agustino. Al amontonar “delincuentes”, “terroristas” y “gentes de mal vivir”, como que consideras a todos la misma canalla y merecedores de rehabilitación y/o cárcel, sin tener en cuenta la connotación política del segundo epíteto. Hay que tener cuidado con las comas, estimado Oscar, sobre todo si de apostrofar se trata. Me viene a la mente la letra de aquella canción de La Polla Records, DELINCUENCIA: Cargáos, la delincuencia, es una plaga social, una raza despreciable, una raza a exterminar, banqueros unos ladrones, sin palancas y de día, políticos estafadores, juegan a vivir de ti, fabricantes de armamentos, eso es jeta de cemento… las religiones calmantes y las bandas de uniforme…la droga publicitaria, delito premeditado, y la estafa inmobiliaria, delincuencia, delincuencia, es la vuestra, ¡asquerosos!, delincuencia, vosotros hacéis la ley…¿Quiénes entonces delinquen?



    Por otro lado, repito lo que manifesté en el blog de Rodolfo Ybarra a propósito de una respuesta tuya a mi buen amigo Niko Velita, siempre con el mejor ánimo.

    Rafael Inocente

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  2. “Muy enriquecedora la conversación con Mark Cox. Tengo a la mano el excelente Sasachacuy Tiempo y, es cierto, Cox fustiga duramente a los representantes de la narrativa hegemónica, criolla, pituca, o como quiera llamársele, pero MALA LITERATURA por donde se la mire. Muy a pesar de los escritores que se regodean narrando sobre el gran dolor que vivió nuestro pueblo en estos últimos años, resulta gratificante saber que existen 306 cuentos, 68 novelas y 165 escritores que vienen ficcionando sobre el tema de la violencia interna. Y surgirán más todavía y es un deber de todo aquél que se pretenda escritor leer a aquellos a quienes se les ha negado el derecho a la palabra. Por ese motivo me he sentido asombrado al leer ciertas afirmaciones que hace el narrador Oscar Colchado Lucio en el blog del excelente poeta Niko Velita.

    No soy quien para pontificar sobre los insólitos gustos literarios de Colchado. Pero creo que tengo el derecho de expresar mi opinión, respecto a un tema tan candente como el de la narrativa de la violencia política. Velita pregunta a Colchado sobre cuáles cree él que son los escritores que mejor han narrado la violencia interna. Él le responde que, de los que ha leído (ojo, a esto), considera que Cueto, Roncagliolo y Vargas Llosa son los que mejor han graficado la violencia interna.

    Me asombra el nivel de descaro de la respuesta del autor de los Cholitos y de una novela que a mí particularmente me gustó mucho, Rosa Cuchillo. Respuesta desfachatada, considerando tan sólo las meras estadísticas (306 cuentos, 68 novelas y 165 escritores) que consigna el crítico Mark Cox acerca de la producción literaria sobre la guerra interna, y que Colchado por lo menos debería conocer en un mínimo porcentaje. La opinión de Colchado sólo demuestra que el ancashino se esmera en publicitar su pésimo gusto literario o es un mediocre lector de literatura peruana o ambas cosas a la vez, porque la insolencia e ignorancia de esa respuesta a mí todavía me tienen pensativo.

    Lo más increíble de la opinión de Colchado es que líneas antes, a la letra, dice:
    “En el Perú lo malo de la proliferación de textos novelísticos en los últimos años, es que muchos de ellos —por no decir la mayoría— apuntan más a la venta, la comercialización, que a la interrogante, ¿qué ocurrió realmente en el Perú?”

    Y seguidamente responde, en total contradicción consigo mismo, a Velita:

    “NVP: ¿Qué autores cree que han trabajado mejor la temática de la guerra interna?
    OCL: Entre los autores que yo he leído podría citar a Mario Vargas Llosa (Lituma en los Andes), Santiago Roncagliolo (Abril Rojo), Alonso Cueto (La hora azul) y algunos otros de menor calidad.”
    ¡Plop!

    Rafael Inocente

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  3. Oscar Colchado en "Rosa Cuchillo" muestra un mundo andino que no corresponde con la actual ni de su tiempo, muestra un mundo andino congelado en el tiempo... Oscar Colchado no se compromete con la realidad ni tampoco muestra la violencia de los años 80 -90... más bien se aprovecha de los temas, sin etica ni respeto por la cultura andina... su cosmovision planteada es utópica, falsa, edulcorada...

    Javier Terrel

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  4. Me encanto la obra, muy buena la combinacion
    de una realidad social, con lo mistico de nuestra serrania.
    Recuerdo que cuando lei partes de cholito critique mucho al
    autor, me parecio deningrante, pero la verdad es que todo
    depende con que cristal puedes ver y leer.
    Estoy orgullosa de que el Peru este creciendo en todo sentido
    Bueno critica constructiva, por ratos me perdi en la lectura
    Por lo demas buena

    Isabel Pino

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