La investigación no es una tarea. Es una actitud.


domingo, 26 de junio de 2011

fin de blog

Este blog ha llegado a su fin. La cuenta que venía utilizando ha sido cancelada. Por ahora puedo entrar pero con limitación. Según el mensaje que me llegó, dentro de poco ya no podré utilizar la cuenta. A partir de ahora usaré otro blog:
http://www.nikovelita.blogspot.com/

lunes, 7 de febrero de 2011

Entrevista a Paolo Astorga

Por: Niko Velita

Has publicado dos libros digitales de poesía, la revista digital Remolinos, ahora la revista en audio Voz Efímera. ¿Es la muerte del libro de papel?
No, nada que ver. El papel es importante. La mayoría de los que nos dedicamos a la lectura y más aún a la escritura tenemos muy en claro que los soportes son importantes; y hasta son cruciales a la hora de producir literatura. El papel tiene muchas ventajas en lo que respecta a la preservación de lo escrito, pues es, se quiera o no, un soporte aún más portátil y de acceso instantáneo, aparte de otras características subjetivas que hacen de este, muchas veces, una pieza de culto. Sin embargo, lo digital tiende siempre a ser un soporte de mayor difusión y alcance. Me atrevería a decir que lo digital está ligado casi siempre a la problemática de la falta de dinero para publicar en “físico”, pues es más barato y de mayor alcance, aunque susceptible al olvido, a los caprichos de la red, a la trascendencia del producto con respecto a los lectores. Remolinos era un proyecto que comencé desde el colegio y ya dio todo de sí (45 números), y de alguna manera, para que esos números no queden en el olvido estoy preparando un CD-ROM con todos los números publicados desde el 2005. Ya saldrá pronto. Con respecto a Voz Efímera, este proyecto salió después de varias conversas con el poeta César Pineda. Se da más por el deseo de dejar el registro auditivo de poetas tanto jóvenes, viejos y recontraviejos, grabados en su habitad (la calle, el bar, los centros culturales, la universidad, el hostal, etc.), y por querer fundar una revista atípica dentro de la fauna de revistas existentes y por existir. Voz Efímera es simplemente la voz del poeta leyendo sus poemas.

¿Qué te ha impulsado a usar el formato digital?
Como ya lo dije: la falta de dinero. No existe muchas oportunidades para publicar una revista sino a través de la autoedición. Nadie te publica “así nomás”. La única forma que encontré para hacer difusión de lo día a día se produce en literatura era creando una revista digital. Y creo que se logró mucho de esa forma, pues he publicado a poetas no solo de aquí, sino de otros países de Latinoamérica. Lo que más importaba en la revista simplemente era crear el espacio para publicar y difundirlo hasta el hartazgo.

Acabo de leer tu poemario De Lima a Chosica y escuchar en su versión audio. ¿Por qué en dos formatos?
Ese poemario es un experimento rítmico en poemas en prosa. Los poemas son de corte surreal y quise hacer el CD, más que nada para que se disfruten los poemas con mayor intensidad. Hacer esto no es nada nuevo. Ya he publicado mis dos primeros intentos de poesía en CD y me fue bien. Existen varios poetas que hacen eso. Yo pensé hacerlo en dos formatos para que, de alguna manera, la lectura de los poemas se acompañara con los poemas en audio y se creara una especie de atmósfera especial a la hora de leer mi poemario.

¿Por qué ese título?
Es básicamente un libro de viaje. Un viaje que comienza en Lima y acaba en Chosica. A lo largo de este viaje trato de aprehender todas las imágenes posibles de la urbe y el campo, la carretera central y sus alrededores. Es un libro que habla de mi experiencia personal con respecto a Chosica y su envolvente atmósfera.

¿Cómo escribiste ese libro?
Casi todos los poemas los escribí en una época en que era obligatorio para mí ir a estudiar muy temprano a La Cantuta y tenía que tomar la movilidad que provee la universidad (el burro). Allí salieron la mayoría de los poemas, así como unas cuantas andadas por Chosica, Chaclacayo, Ceres, entre otros lugares.

Veo quen La Cantuta lideras un grupo literario: Letra en Llamas ¿Por qué ese deseo por crear colectivos en las universidades?
e Básicamente por temor al olvido, la soledad y la ignorancia. Desde el 2007 impulso junto con otros amigos poetas el grupo literario Letra en Llamas, un grupo que a lo largo de tres años se ha dedicado a crear espacios culturales en La Cantuta y, de alguna manera, no solo en ella, sino también en Lima. Los poetas que pertenecemos al grupo no solo pensamos en lo colectivo, sino que también impulsamos nuestros proyectos personales, pero siempre dejando en claro nuestra procedencia cantuteña y, por ende, cuasi relegada dentro del espectro cultural actual. Hay poetas que ya despegaron con sus primeras publicaciones como José Jiménez Cruz, Karina Moscoso, Roy Dávatoc y también por la perseverancia difusora como César Pineda desde su blog Nido de Palabras. Somos un grupo que no tiene “padrinos” ni nada de eso. El único aval es lo que escribimos y publicamos. Nada más.

¿Qué problemas tienes como poeta joven?
Los que todo poeta joven tiene. Falta de dinero, ninguneo a discreción, la discriminación, etc. Pero lo más bacán es que existe la perseverancia, la conchudez, el deseo por hacer cosas y difundir a otros. Creo que por ahora lo más importante para mí es escribir, corregir y difundir. Es un tanto mezquino a mi parecer que un poeta novel, joven, recién bajado, etc., no se dedique a la difusión. La difusión de alguna manera destruye cánones y reivindica espacios.

¿Qué otros formatos pretendes explorar?
No lo sé. Después de haber publicado mucho en digital, me estoy aventurando a publicar en físico. Pero más adelante. Primero lo que me interesa es escribir e impulsar proyectos como Delirium Tremens, una revista tanto en físico como en virtual que estoy impulsando y que ya va por su segundo número. Impulsar también la colección: “Universos de bolsillo” de mi incipiente sello Ediciones Letra en Llamas, una serie de libros artesanales en formato pequeño (como si fueran una chequera) de libros de poesía de poetas tanto inéditos como re-conocidos.

¿Qué poeta crees que ha influenciado en tu creación?
Todos. La influencia se da con la lectura. Aunque para ser sincero mi gran influencia es sin duda Federico García Lorca y su Poeta en Nueva York. Es un libro que tuve el placer de leerlo a los 12 años y pues de alguna manera ayudó a enhebrar mi incipiente poética.

¿Cuál será tu próxima publicación? ¿En qué proyecto trabajas?
Trabajo un libro nuevo que se llamará tentativamente El libro del infértil. Tengo que lidiar con los proyectos y problemas de siempre. La revista Delirium Tremens, el segundo número de Voz Efímera, nuevas publicaciones de Ediciones Letra en Llamas y también un proyecto especial: publicar una antología de poesía hispanoamericana actual, dentro de la colección “Universos de bolsillo” que intentaré publicar para el 2011.

Conversación en La Catedral* : Utopía arcaica de la “gente decente”

Santiago Zavala (Zavalita) es un burgués que no quiere ser burgués, que detesta la dictadura de Odría y a su propio padre por apoyar dicha dictadura, hasta el extremo de rechazar la herencia cuando este muere. Rompe en lo absoluto con el cordón umbilical para no ser parte de ese mundo caótico, corrupto y maloliente que había construido la dictadura, apoyada por los grandes empresarios, entre los que se encuentran Efraín Zavala, el padre de Santiago. La única forma de no contaminarse con ese cáncer social es dejar la casa paternal y vivir de su propio trabajo como periodista y tener una nueva vida, donde las comodidades económicas ya no van más, por elección.

Zavalita es un personaje que se rebela contra la dictadura y las formas de alianza con el empresariado. Sin esta alianza Odría no tendría la posibilidad de gobernar, porque Zabala y Landa, además de empresarios millonarios, son políticos que hacen de la política un juego de ajedrez con reglas propias: ellos mueven las piezas a su antojo. Tienen el dinero suficiente para hacerlo. “Si yo me hubiera puesto a conspirar de veras las cosas no habrían ido tan mal… Si Landa y yo hubiéramos sido los autores de esto las guarniciones comprometidas no hubieran sido cuatro sino diez… Con diez millones de soles no hay golpe de Estado que falle en el Perú” (239). Todos son conscientes de tal situación, incluso la dictadura, porque Landa, ante el fracaso del golpe de estado que promueve, pone condiciones para declinar su rebeldía, de igual a igual. “Libertad incondicional para todos mis amigos –dijo Landa-. Promesa formal de que no serán molestados ni despedidos de los cargos que ocupen” (250). Su actitud no es el de derrotado, sino el de un hombre que sabe que tiene el poder real, que puede negociar.

La rebeldía de Zavalita se inicia cuando tiene que elegir la universidad donde estudiar. A su condición económica le corresponde, por supuesto, la Católica, pero él prefiere San Marcos, porque “ya no tendré que juntarme con gente decente nunca más” (51). Luego, una vez que entra a San Marcos, “un nido de subversivos” (47), se hace amigo de estudiantes comunistas y se hace simpatizante del Partido Comunista (Cahuide) que luchaba en condiciones duras contra la dictadura. Sin embargo, cuando llega el momento que ellos tanto ansiaban: inscribirse en el partido, a través de la Organización Cahuide, él declina. Su procedencia económico social no se lo permite. De heredero de uno de los apellidos más poderosos del Perú a convertirse en comunista con carné habría sido trágico para él. Porque si se inscribía “Habrías vivido mal, Zavalita… en vez de editoriales en la ‘La Crónica’ contra los perros rabiosos escribirías en las paginitas mal impresas de ‘Unidad’… o en las peor impresas de ‘Bandera Roja’…” (94). Su rebeldía tiene un límite. No puede ir más allá de eso. A pesar de odiar la dictadura y reclamarle a su padre sobre su condición de amigo del dictador, su actitud no es una cuestión político ideológico, sino resulta siendo una simple pataleta de niño engreído: “es que soy un poco loco” (51).

Esa pataleta de Zavalita al lector le permite obtener una radiografía de la dictadura de Odría, de sus fechorías, de los pactos para continuar en el poder. Odría está ahí de manera circunstancial, porque los verdaderos dueños del Perú así lo han querido, para “que limpiara la casa de cucarachas. Ya lo hizo y ahora quieren que les devuelva la casa que, después de todo, es suya ¿no?” (241). Ellos lo pusieron y ellos lo sacan de Palacio.
Santiago es un espectador de todas esas jugadas. Pretende involucrarse en esa guerra política, pero se da cuenta que ha elegido el equipo menos favorecido económicamente, pero tampoco puede regresar a su antiguo hogar de gran burgués. Finalmente le queda el camino intermedio, el de pequeño burgués que vive de su trabajo, alejado de la política. Lo de Cahuide es un recuerdo que sirve para contar a los amigos y entretenerse así.

Zavalita es un personaje que detesta la dictadura, a los militares, a “la gente decente”. Se casa “con una que puede ser su sirvienta” (344), a escondidas claro: su familia se escandaliza. Vive en una quinta. No acepta vivir como burgués. Elige otra forma de vida, contraria a su condición social.

Varguitas tiene algo de Zavalita; se casó con su tía, diez años mayor que él: su familia se escandaliza; detesta a las dictaduras, desde la figura paternal hasta Fujimori; detesta a los militares: les dio con palo y duro en La ciudad y los perros; los “avergonzó” en Pantaleón y las visitadoras, se involucró con Cahuide.

Sin embargo, decía que tiene algo de Zavalita. También tiene mucho de Zavala. Porque Vargas es “gente decente”: al igual que Zavala juega al poder con otros jugadores y ese juego no es gratuito, ese juego está lleno de pactos, que de eso sabe bastante Alan, con quien está de acuerdo quienes no deben ser presidente, en bien de la “gente decente”. Se ha “dado cuenta” de que García es amigo de la “gente decente”. No en vano el partido de Alan bordea los cien años de existencia en ese trajinar de pactos. “Los líderes apristas están viejos y se han puesto baratos… Aceptarían a cambio de la legalidad unas cuantas migajas” (242). Porque la “gente decente” no detesta todas las dictaduras, sino a los que tienen algo izquierdismo, de socialismo, de rojismo (ojo: en el caso de Fujimori más bien es una cuestión personal). Porque a los militares los limpió, los justificó en el caso Uchuraccay, en bien de la “gente decente”. Porque la “gente decente” de un país decente quiere bombardear un país no decente no se critica: mejor, hay que justificarlo. Todas esas cosas detestaba Zavalita. Por eso detestaba incluso a su padre.

En Conversación en La Catedral, Zavala muere detestado por su hijo. Zavalita es casi un Quijote a quien le persigue la pregunta de en qué momento se jodió el Perú, pero que no puede ver más allá, ni un ápice de esperanza para la humanidad. Su refugio es el periodismo, pero se divorcia de la política para siempre, asqueado de todo lo que ha visto.

En el Perú, Varguitas ha muerto; pero Vargas está vivo. Y este es un paladín no de la justicia en abstracto sino de la “gente decente”, ojo: a decir de Conversación en La Catedral.



*Mario Vargas Llosa. Conversación en La Catedral. Alfaguara. 2010.

viernes, 28 de enero de 2011

A los cien años de Arguedas

Después de 40 años de la muerte de Arguedas, el Perú se pone de pie en honor a su obra. Mejor, a 100 años de su nacimiento: centenario, exactamente el 18 de enero. Todos, menos el Apra encabezado por Alan, aunque el ministro de cultura (con minúscula, no me equivoqué), Juan Ocio (tampoco me equivoqué) ha discrepado, dizque.

Que por qué no han querido reconocer la obra de Arguedas desde palacio. Esa es cuestión de ideología y política. El escritor de Todas las sangres no configuró a los andinos como seres exóticos, como era de costumbre, sino desde dentro. José María, al comer y dormir con los indígenas, aprendió su lengua y sus costumbres. “Los indios y especialmente la indias vieron en mí como si fuera uno de ellos, con la diferencia de que por ser blanco acaso necesitaba más consuelo que ellos”, decía en su testimonio. La cultura andina se metió en él, a pesar de “ser un blanco”. A tal punto que “yo comencé a escribir cuando leí las primeras narraciones sobre los indios, los describían de una forma tan falsa”. Su obra es una respuesta contundente al discurso de lo andino de esa época.

El hecho de que José María conociera desde dentro al campesino andino hizo que se identificara con sus problemas; por ejemplo, con el de la tierra, analizada años atrás por Mariátegui. De ahí que su cuento “Agua” refleja una situación particular de tal problema: la distribución del agua en el regadío. Ni siquiera el cuento “Warmakuyay” (cuento tierno y hermoso por la temática de amor, dirán) deja de tratar la problemática indígena: el abuso del misti contra la muchacha de la que el warma (niño) Ernesto andaba enamorado. El señor todopoderoso e intocable se puede permitir de los placeres sexuales de “sus siervas”. Sin embargo, en este cuento el niño sabe que no podrá enfrentarse al hombre que violentó a la chica. Solo es cuestión de tiempo por­que “cuando sea grande voy a matar a don Froilán”. Pero en el cuento anterior, Ernesto no tiene esa actitud: “hombre me creía, verdadero hombre, igual a Pantacha”, y le hiere en la cabeza a un misti abusivo con una corneta. Es que ante tanto abuso “nuestra rabia se ha hecho más grande, más grande”. Palabras del personaje arguediano que dice basta a los abusos y desea justicia.

Sin embargo, donde se nota más su opción ideológica es en El Sexto, novela que grafica el mundo de la cárcel: el de los prisioneros políticos, donde el narrador, Gabriel, elije convivir con los socialistas, no con los apristas. Este se hace muy amigo de Cámac, que se encontraba muy enfermo y que “nunca asimiló bien la doctrina. Era un comunista intuitivo, por su clase y su casta”. También Gabriel ante la muerte de su amigo recibe el calificativo de “ser un soñador. No aprenderás nunca a ser político. Estimas a las personas, no los principios”. Los dos, pintados en toda su humanidad, son socialistas a su modo, pero socialistas (los del Gobierno los habrían preferido apristas). Y quizá Gabriel sea el mismo Arguedas, porque años después diría en su discurso (No soy un aculturado) que “La teoría socialista no solo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encausarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico”. Aunque para Mario Vargas Llosa “el socialismo no mató en él lo mágico, pero en sus mejores creaciones lo mágico mató al socialismo (es decir la ideología)”. El socialismo habría malogrado parte de la narrativa arguediana. Es su lectura.

Ahora bien, la presencia de “lo mágico” en la obra de Arguedas es inevitable; se encuentra en toda su narrativa porque al retratar al hombre andino en su lucha por la tierra, no puede eludir su danza, su música, su vivencia: su cultura tradicional; folclor dirán algunos. Sería falsificarlo y caer en el simple panfleto.

Entonces, en Arguedas encontramos “lo mágico”, pero también está presente el discurso socialista, justamente lo que al Apra no le gusta y menos a Varguitas. Ellos ha­brían preferido que Arguedas escribiera solo de danzaqs, de corridas de toros, de zumbayllus y wikullos. Así, el año 2011 habría llevado su nombre y quizá el nobel peruano no habría escrito La utopía arcaica.
NVP

sábado, 22 de enero de 2011

¡Viva Luis Pardo!

De niño escuchaba cuentos sobre un bandolero que robaba a los hacendados y a los ricos para repartirlo entre los pobres. Entonces yo me imaginaba a ese tal Luis Pardo montado a caballo, con dos revólveres al cinto, una carabina colgada del hombre, harta bala en las correas. Y cuando jugábamos a los pistoleros, también me imaginaba en tridimensional las andanzas de este bandolero: una especie de héroe popular, una leyenda; atacando ranchos, arreando ganados para repartir la carne en los pueblos que visitaba. La gente, en retribución, le ayudaba como espía contra los policías.

El bandolero en cuestión, no solo robaba como cualquier otro bandido, sino que se encargaba de darle su pateadura a los jueces, hacendados y prefectos abusivos; también ridiculizar a los policías que defendían a estos; de cuando en cuando dejarles sin armas, sin uniforme: humillados, como para que se den cuenta de que estaban en el bando incorrecto, pero estos, tercos como la mula, dale con andar tras el bandolero solo porque le metió un tiro de pistola al gamonal abusivo.

Hasta me ponía poncho (en el juego) para andar en mi caballo de palo e imitar a Luis Pardo, el de los cuentos, también con mi pistola de palo a la cintura y mi carabina al hombre, claro, también de palo. El juego de seguir los pasos del bandolero terminó cuando, al pueblo donde yo vivía, llegaron unos hombres de uniforme que traían pistolas de verdad y “carabinas” que disparaban balas por montón. Entonces, el juego a ser Luis Pardo se hizo peligroso porque tanto mi pistola y mi carabina de palo tenían forma de armas reales: mi padre los había tallado. Luego, él mismo se encargó de quemarlos. Eran tiempos en que estos uniformados no eran precisamente los buenos del cuento; eran de los que se metían a tu casa a cualquier hora de la noche sin tocar la puerta y te encañonaban con sus pistolas no de palo. Hasta te desaparecían. Y ni jueces, ni alcaldes, ni párrocos decían esta boca es mía. Mientras tanto yo andaba pensando sobre cómo sería si el tal Luis Pardo fuera real y apareciera de pronto por ahí. Pero cómo yo ya sabía que cuento es cuento, solo me quedaba imaginar esa escena y nada más.

Sin embargo, luego de años encuentro una novela que me recuerda justamente esos cuentos de antaño, donde Luis Pardo sigue siendo el héroe, el que roba a hacendados para dárselo a los campesinos y pastores pobres. Estos, en reciprocidad, incluso le ayudan a liquidar a un subprefecto, líder de un grupo de bandoleros, quienes arrasan todo a su paso; también le ayudan a escapar de la policía que anda tras sus pasos. Luis Pardo, el de la los cuentos de mi infancia, ha regresado, solo que esta vez en novela. Yo casi ya había olvidado al personaje, pero gracias a Óscar Colchado vuelvo a recordarlo. Me refiero a su novela ¡Viva Luis Pardo!